ANA RODRÍGUEZ MANCHA
“Como te ves, me vi; como me veo, quien sabe si te verás”.
El 25 de cada mes, se hace una campaña masiva, para generar conciencia y prevenir la violencia contra las mujeres y niñas, el “día naranja”, solía únicamente celebrarse el 25 de Noviembre, pero debido a la ola de violencia tan elevada en todo el mundo, la organización mundial de la salud, extendió los días 25 para su difusión. En el año 2021, se reportó que una de cada diez personas mayores, han sido víctimas de malos tratos, visibilizando el ámbito familiar como uno de los primeros recintos de violencia.
La vejez sin duda es una etapa crítica, que traen los años, y presenta infinidad de cambios fisiológicos, psicológicos y sociales, que se manifiestan en una marcada dependencia para realizar actividades cotidianas, como bañarse, vestirse, comer, o la presencia de rasgos de fragilidad como el andar lento, la pérdida de peso, el apetito deficiente, el agotamiento crónico y el insomnio, lo que en no pocas ocasiones los hace proclives y altamente vulnerables a sufrir maltrato. La violencia hacia las personas mayores, por décadas ha sido un tema que como muchos otros se ha mantenido enmascarado por un pseudo cuidador primario y los familiares, primero por desconocimiento de los cambios normales de la vejez, segundo por la falta de educación para la llegada de la etapa natural e inevitable de la vida y tercero por la disfunción familiar presente a causa de la economía, la falta de tiempo, la poca empatía y la ajetreada vida que se lleva en la actualidad.
Y haciendo un símil con las piezas del ajedrez, donde sin duda el rey (el adulto mayor) es la pieza más trascendental, las piezas con un alto nivel prioritario en este tablero de vida son: la reina, las torres, los caballos, los alfiles y los peones, que fungen como cuidadores primarios, refiriéndonos a los anteriores, como el núcleo familiar, es decir, hijos, hijas, nietos, nietas, hermanos, hermanas, etc., que ante el plexo jurídico normativo, son los responsables del cuidado del adulto mayor, los cuales deberán ser siempre el pilar en la implementación de políticas públicas, para brindar herramientas y habilidades encaminadas al entendimiento de la etapa final, el acompañamiento educativo del proceso del envejecimiento, la enfermedad concomitante, evitar la violencia generacional y retribuir de manera social y familiar, lo que ellos y ellas sembraron a lo largo de la vida.
El cuidador o cuidadora primaria deben procurar hablar con voz suave, de frente, llamarle por su nombre, no con apodos ofensivos que pueden dañar su autoestima, hablar despacio, tener mucha paciencia, expresar de forma clara las indicaciones, no regañar, tejer buena comunicación afectiva, terapia ocupacional según sus capacidades y en todo momento hacerlos sentir importantes y necesarios. El ejemplo y la acción que se brinda al adulto mayor, formara lazos entre los integrantes familiares, ya que la familia seguirá siendo la mejor escuela por excelencia, si los niños ven y se les enseña a dar tiempo de calidad a nuestros adultos con experiencia acumulada y hacer las cosas con amor, ellos replicaran sus acciones cuando les toque pasar de ser el cuidador primario a ser el adulto mayor, esto rompería el círculo de violencia generacional. Es así, que la violencia en cualquiera de sus formas, no tendrá cabida en el núcleo familiar, por lo que es importante reconocer las deficiencias familiares, identificar las áreas de mejora y juntos construir la paz que tanto se anhela, cimentando en la familia los valores basados en el respeto, la comunicación y el apoyo mutuo, para lograr un techo blindado con amor en el hogar.