SARA ANDRADE
Cuando a Tom Anderson se le ocurrió inventar MySpace nunca se imaginó las implicaciones de la auto-clasificación psicótica del siglo XXI. Ni tampoco, por supuesto, Kant en su habitación de incel, pensando sobre la inmanencia del juicio y del gusto.
Pero cuando yo tengo que tomarme 15 segundos de muy ocupado día de scrollear Twitter, para asegurarme que a quien le quiero dar follow no tiene en su biografía HITLER TENÍA RAZÓN DE HECHO, pienso que el gran error de nuestra hipermodernidad es saber demasiado sobre nosotros mismos.
Para existir en el Internet debes entregarle al Cancerbero a la entrada del infierno un par de cosas primero: tu nombre, tu rostro y tu edad. Antes, podías librarla sin ninguno de estos personificadores. Podías ser “extraño123” en un chat internacional y la gente te tendía la mano sin sospechar absolutamente nada de ti. Por supuesto, esto trajo terribles problemas. Catfishes, stalkers y psicópatas engañándote para darles el número pin de tu tarjeta de crédito. Pero era un mundo libre. Salvaje y libre, como la tierra de los cíclopes en la Odisea. Todos Polifemos engañados por un “Nadie”.
Y del otro lado del anonimato está la atomización de la personalidad. Todos somos increíblemente especiales, como nos enseñaron en el jardín de niños; únicos y diferentes, como un copo de nieve. En Twitter, es obligatorio que pongas una foto que te distinga de los demás, con un nombre que sea único para ti. Esto no es el registro civil, no te puedes llamas Juan López como el 10% de la población mexicana. Pero no es suficiente que personalices tu avatar y tu usuario. Ahora tienes que especificar tus afiliaciones más específicas o sufrirás las consecuencias de la guillotina virtual.
Así es como ves verdadera poesía en las biografías: Conocedora de memes, experta en autocomiseración, solo una chica en el mundo, retuiteadora de noticias falsas, comedora de pan. Ya no es suficiente que digas “Mamá, empresaria, candidata a la presidencia”, como en el caso de Xóchitl Gálvez. Tienes que desnudar tu alma, tienes que revelar tus fantasmas más elementales. Tenemos que conocerte solamente de ver el tipo de banderas que decides usar a un lado de tu nombre. Nos debes la verdad, nos debes tu vida entera, en menos de 240 caracteres, porque ahora el Internet está lleno de otro tipo de gigantes, ahora estamos rodeados de Gargantúas y Pentagrueles, que desean consumirnos de un bocado y seguir llenando el mundo de memes de Piolín y respuestas de Elon Musk: ¡Preocupante!
A lo que voy es que incluso Platón no le atinó con su alegoría de la cueva.
Cuando lo único que deseo es la paz de la ignorancia, no se me antoja liberarme de las cadenas y del juego de sombras. De hecho, se me antoja regresar. Quiero borrar mi perfil, mi foto y mi nombre. Me quiero convertir en la Dido de mi propia pira funeraria. Quiero quedarme ahí adentro, en el tiro de mina, en la cueva donde amé por primera vez el anonimato y no volver al teatro de la red social.
De todos modos, aquí está más fresco.