
ENRIQUE GARRIDO
Crecer en los 90’ y ser de clase media o baja tenía algo en común: mucha de nuestra educación se basó en los productos televisivos. Cómo olvidar esos programas de la señal abierta que tanto nos hablaba de valores y buenas costumbres. Televisa y Tv Azteca, hoy investigadas por fraude, creaban narrativas sobre lo que era bueno y malo, lo aceptable y lo desechable. Uno de estos productos fueron las telenovelas, exportadas a tantos países, las cuales planteaban dilemas morales ajenos, pero aplicables, o al menos eso es lo que nos querían hacer creer, a todos los contextos. Uno de los aspectos que más recuerdo eran sus finales donde los protagonistas se casaban y adquirían una enorme cantidad de dinero, el triunfo del capitalismo, mientras que los villanos caían en desgracia como castigo a su ambición. Podían ser variados: la cárcel, el manicomio, quedar deformes o, la peor de todas, ser pobres y vivir en la miseria.
La marginalidad como castigo en televisores con antenas de gancho de ropa. Bajo el contexto de un habitante proletario en Latinoamérica, me pregunté quiénes serán los buenos de la historia en la que soy el villano. Siempre fantaseaba sobre el final de aquellos villanos que terminaban con alguna deformidad física: ¿qué pasaría con ellos?, ¿terminarían en algún circo o espectáculo de fenómenos?, ¿es donde terminaba la gente mala, verdad?, ¿era su castigo…?
En 1932 el cineasta con una tradición circense Tod Browning presentó Freaks (La parada de los monstruos en España y Fenómenos en Hispanoamérica), una película donde se plantea la vida en un circo ambulante con un espectáculo de “fenómenos”. La historia principal versaba sobre como la trapecista Cleopatra seduce a Hans, un enano, para robarle su fortuna recién heredada. Ahora bien, el término freak evocaba imágenes de personas con deformidades físicas o habilidades inusuales, a menudo asociadas con el entorno del circo, aunque con el tiempo admitió otras acepciones como los marginales sociales, los otakus o geeks.
Vendida como una película de terror, en realidad resultó ser un clásico de culto que estuvo desaparecida por casi 30 años. De entrada su cast, el cual estuvo conformada en su mayoría por verdaderos integrantes de circos y que hoy en día sería imposible volver a juntar; por otra parte, el planteamiento de que la monstruosidad no se encuentra en lo físico, sino en la ambición y la hipocresía de quienes ostentan el apelativo “normal”. La comunidad de los freaks es muy unida, se apoya entre sus integrantes; frente a una sociedad que los rechaza, ellos crean un vínculo y se defienden de los ataques externos. Tod Browning los dota de complejidad y profundidad, rechazando la simplificación de los monstruos en el cine de ese entonces.
Un circo de fenómenos hoy es imposible, pues la idea de exhibir a gente con características físicas inusuales o deformidades como un espectáculo es ampliamente cuestionable (aunque en redes sociales se expongan de otra manera) por ser deshumanizante, aunque el miedo a lo diferente sigue vigente. Antes era el temor por términos físicos, pero en realidad es la otredad la que siempre causa conflicto. Ya sea el pobre, el desamparado, el migrante, el desplazado, vamos, el raro genera cierta reserva en sectores donde la belleza y el capital son la norma. Quizá por ello les dé tanto miedo perder sus privilegios.
¿De verdad es una desgracia caer en la marginalidad? En la película los fenómenos hacen un rito de comunión donde todos beben de la misma copa mientras cantan “We accept her, one of us! We accept her, one of us! Gooble gobble! Gooble gobble!”, a lo que la trapecista los rechaza de forma visceral, pues la monstruosidad no radica en no encajar en los estereotipos estéticos superficiales, sino adentro, en el clasismo, racismo y en una ambición desmedida, esa que los hace capaces de cualquier atrocidad y que genera a los verdaderos villanos de la vida real. Y tú… ¿Quieres ser uno de nosotros?