
Por Mar García*
El Colgado es la carta número 12 del tarot, su posición entre los arcanos mayores no es casual, el
12 ha sido considerado como el número iniciático, el de las transiciones hacia nuevos mundos, los
sagrados. Desde la introducción del tarot de Marsella, las diversas representaciones de este triunfo
coinciden en un hombre (o mujer) que se encuentra de cabeza, sostenido por un hilo o cuerda que
pende de dos troncos a manera de columnas, las más de las veces con una aureola amarilla o dorada
alrededor de la cabeza y las manos atadas tras la espalda. Las referencias iniciales sobre el tarot
sugieren su origen en el siglo XV con el mazo conocido como Visconti-Sforza, aunque ya desde la
primera década del siglo XIV, en Europa circulaban mazos de 56 cartas que hoy en día conocemos
como baraja española, a la cual se le atribuye una génesis árabe. En los siglos XVIII y XIX, los
grupos ocultistas trataron de ligar la complejidad simbólica y arquetípica del tarot a la cábala y el
simbolismo egipcio, conexión que, sin duda, se encuentra presente en la estructura visual y
alegórica de las cartas. En los mazos italianos, la lingüística ha operado de manera extraña, al
denominar al arcano número 12 como Il traditore o el traidor, en la Edad Media a los traidores se
les colgaba de cabeza y se les apaleaba en acto público, la suspensión inversa no sólo permitía que
el individuo se mantuviera con vida, sino que le quitaba toda fuerza de acción ante el escarmiento,
rebajar la humanidad a la vergüenza colectiva era el único camino hacia la contrición; al parecer,
en sentido contrario (yo diría más bien complementario) a las prácticas orientales como el taoísmo
y el yoga, donde estar de cabeza significa el establecimiento de un vínculo verdadero con el yo,
con la naturaleza y con la esencia divina. Ya Osiris, Odín, Pedro, chamanes y alquimistas se habían
colocado de cabeza, como prueba de humildad, de maduración de la carne, de iluminación, de
visión y de inmortalidad.
La suma de estos y otros elementos me llevó a pensar lo siguiente:
Nos hemos soñado volando, levitando, cayendo,
cuando en los dominios de Morfeo, la gravedad pierde toda naturaleza ya no importa cómo volamos, levitamos o caemos.
No reconocimos los escenarios en sentido opuesto, bajamos estrepitosamente desde lo alto, desesperados por clavarnos en Maravillas.
Le pendu, il traditore, el de los pies en el aire y la cabeza casi en el suelo,
el triunfo número XII, con una aureola en el Sahasrara, con los bolsillos vacíos, con la sangre en el fluir inverso.
En la progresión simbólica y numérica de los arcanos mayores, El colgado sucede a La Fuerza y precede a La muerte,
en la suma de las voluntades que aspiran a la trasfiguración, a la transubstanciación, al cambio. No debimos morir sin personificar a Artemisa
paseando a los perros de caza por los jardínes de Tullerías, en la armonía despiadada del ciervo y el león.
En el implacable desmembramiento personal, la flor de mil pétalos encontró su sitio, por encima de la guadaña ensangrentada de viejos y conocidos resquemores, en la siembra de verde, verde-vida, verde-muerte.
Tetis sujetó a Aquiles de un talón,
como en el antiguo rito del Dios Ahogado,
la cabeza se sumergió primero,
“Señor Dios que te ahogaste por nosotros, permite que tu siervo renazca del mar, como renaciste tú. Bendícelo con la sal, bendícelo con piedra, bendícelo con acero.
Lo que está muerto no puede morir.
Lo que está muerto no puede morir, sino que se alza de nuevo, más duro, más fuerte, lo que está muerto no puede morir.”1
El Colgado se balancea, pende en un cuatro invertido de dos troncos subyugados,
enraizados en las vísceras de la madre, por conciencia o por voluntad se coloca en la posición del desconcierto, la única vía para penetrar el limen iniciático.
¿A quién traicionamos cuando nos sublevamos ante el orden establecido?
¿A quién traicionamos cuando buscamos verdades internas?
¿A quién traicionamos cuando impugnamos la realidad y nos ponemos de cabeza?
Mirar desde abajo, mirar hacia abajo, mirar lo imperceptible,
escuchar los latidos delatores, la sentencia de Madame Sosostris al no encontrar al hombre ahorcado, pues se le prohibió ver o se le dejó ver más, videnciar.
No vimos el sacrificio, el encuentro con el centro,
el corazón o los riñones,
el moderno Prometeo.
El destino nos ha colgado para distinguir las puertas de la percepción, para cruzarlas y hallar el Santo Grial,
para encerrar al viento en la piedra extraña.
Nos hemos colgado para ver el mundo al revés,
para desentrañar el bosquejo temporal y formar parte de la dimensión expandida del doce, donde se conectan la trinidad del espíritu y la rectangularidad de la Tierra.
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- Letanía de las bendiciones en los rituales de ahogamiento y resucitación en la religión del Dios Ahogado de los hombres de las Islas de Hierro. (George R. R. Martin, Una canción de hielo y fuego).
*Historiadora [email protected]