FROYLÁN ALFARO
Imaginemos, querido lector, un bosque solitario en alguna parte del mundo. En ese bosque, un árbol cae al suelo con un estruendo ensordecedor… ¿o no? He aquí la pregunta: si nadie está allí para escuchar la caída del árbol, ¿hace realmente algún ruido? Esta cuestión, planteada originalmente por el filósofo irlandés George Berkeley en el siglo XVIII, parece simple, pero esconde una de las preguntas más profundas sobre la naturaleza de la realidad.
Para abordar este problema, primero necesitamos entender lo que Berkeley estaba cuestionando. Según él, el mundo que percibimos depende por completo de nuestros sentidos. Las cosas, decía Berkeley, existen sólo en tanto las percibimos. Si nadie ve el árbol, ¿realmente existe? Si nadie oye su caída, ¿hace algún sonido? A primera vista, esto puede parecer una exageración filosófica, una especie de juego de palabras, pero lo que Berkeley estaba haciendo era desafiar una de nuestras creencias más fundamentales: la idea de un mundo objetivo, independiente de nuestras percepciones.
Pensemos en ello de esta manera. Cuando oyes el sonido de un árbol cayendo, lo que en realidad experimentas son las vibraciones que viajan por el aire y que llegan a tus oídos, donde son traducidas por tu cerebro en “ruido”. En ausencia de un oyente, esas vibraciones aún podrían estar allí, pero sin un cerebro que las interprete, ¿podemos seguir llamándolas “sonido”?
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿es el mundo tal como lo percibimos, o sólo es así en tanto lo experimentamos? Los científicos, por supuesto, nos dirían que las vibraciones de aire causadas por la caída del árbol existen independientemente de que haya alguien allí para escucharlas. Pero para Berkeley, como para otros filósofos, el mundo entero dependía de la percepción. Si nadie percibe esas vibraciones, en su visión radical, es como si no existieran en absoluto.
Es fácil desestimar este argumento pensando que las cosas, obviamente, continúan existiendo, aunque no las estemos observando. Tu libro favorito sigue en la mesa aunque no lo estés mirando en este preciso instante, ¿no es así? Pero la pregunta de Berkeley va más allá de la simple permanencia de los objetos. Nos lleva a una reflexión sobre cómo podemos conocer el mundo. Todo lo que sabemos acerca de la realidad, lo hacemos a través de nuestros sentidos: la vista, el oído, el tacto. Sin ellos, el mundo se vuelve una abstracción.
Curiosamente, la ciencia moderna ha tocado puntos similares. Piénselo de esta manera: en el campo de la mecánica cuántica, los físicos han descubierto que las partículas subatómicas, como los electrones, no parecen “decidir” su estado exacto hasta que son observadas. Esta “indeterminación” ha llevado a algunos a preguntarse si el acto de observar la realidad afecta de alguna manera su existencia. Aunque esto está muy lejos de lo que Berkeley propuso, es interesante notar cómo ciertas ideas filosóficas vuelven a surgir en los confines de la ciencia.
Pero volvamos al árbol que cae en el bosque. La mayoría de nosotros, naturalmente, no compartimos la visión extrema de Berkeley. Creemos que el mundo sigue girando incluso cuando dormimos, que las estrellas brillan en el cielo, aunque no las veamos, y que los árboles hacen ruido cuando caen, incluso si no estamos allí para escucharlos. Sin embargo, el dilema de Berkeley nos recuerda que lo que damos por sentado —nuestra visión del mundo como algo objetivo y sólido— está mediado por nuestra percepción. ¿Cómo sería el mundo si no hubiera nadie para verlo o escucharlo? ¿Seguiría siendo el mismo?
En el fondo, la pregunta de Berkeley no es tanto sobre el árbol o el sonido, sino sobre la relación entre nuestra mente y la realidad que percibimos. ¿Es el mundo algo que simplemente está ahí, esperando ser descubierto? ¿O es, al menos en parte, una construcción de nuestras propias mentes?
Tal vez la respuesta, como tantas veces ocurre en la filosofía, depende de cómo queramos mirarlo. Después de todo, aunque el árbol haga o no ruido en su soledad, la verdadera cuestión es: ¿qué podemos saber sobre el mundo más allá de nuestra percepción? Tal vez, la realidad y nuestras mentes están más entrelazadas de lo que nos gustaría admitir. Usted lector ¿qué opina al respecto?