El encuentro con las historias está en cualquier sitio inesperado: en las vacaciones familiares, al bajar del transporte público o en él, al cruzar una avenida o al sentarte afuera de la casa para ver pasar el tren y sentir la vibración que trae consigo. El encuentro con las historias no siempre implica un diálogo con el otro, precisamente inicia como un monólogo interno, una idea que se mastica a lo largo de unas horas e incluso días hasta que sale el brillo de una epifanía. A veces la epifanía alcanza sólo para escribir un verso con la historia inconclusa, a veces te da para sentarte horas a realizar un bosquejo donde las palabras se limitan a los planes, a lo tangible, al misterio que no sabemos qué es, pero se intuye ahí.
A veces simplemente nos sentamos al monitor y comenzamos a teclear sin orden aparente un texto, otras va más articulada la palabra a fuerza de pensamiento, de darle vueltas al asunto, de deshilar una y otra vez la madeja de ideas que se sujeta en ese espacio extraño que es la mente. En algunas ocasiones resulta que el plan de trabajo es perfecto de inicio a fin y el resultado se asemeja bastante a lo que pensamos en un inicio, otras (la mayoría) se transforma y se culmina en un punto no muy alejado, pero tampoco demasiado específico. Quedarán algunos fracasos, esperanza de muchos, convertidos en serendipia.
En este número de El Mechero, Yael Weiss platica con nosotros acerca de su nuevo libro: Los muros de aire, acerca de cómo un viaje vacacional se convirtió en la semilla germen para observar y luego escribir sobre la caravana migrante, tanto en fronteras del norte como en las del sur, la ola de personas en movimiento que se mueven y no, que quedan varadas y avanzan, retroceden, lo vuelven a intentar, que sonríen, sufren y recuerdan su propia Ítaca, que luchan con sus propios ciclópeas antes de tocar el puerto de su destino, que nos recuerdan los rostros familiares de cualquiera de nosotros porque de algún modo todos tenemos esa ansia de movimiento, pero no todos tenemos la valentía de nadar contracorriente.
Los muros de aire, nos contó Yael, son todos aquellos muros invisibles que los migrantes tienen que romper antes de llegar al consolidado muro fronterizo, político y real; pienso en aquellos muros que vamos sorteando, saltando o rompiendo a lo largo de nuestra vida, nuestros propios muros invisibles, yo y los míos, ustedes y los suyos, ellos y los otros. Por supuesto que también en muros hay grosores y dificultades, por supuesto que sigue siendo más complejo ser mujer, pobre e indígena que ser una que nace con ciertos privilegios, por supuesto que hay realidades que superan nuestras construcciones de cristal, pero una vez escuché que no hay lucha pequeña a ojos de quien es el héroe, todos estamos sobreviviendo a nuestros propias pérdidas y realidades.
Tomar las palabras, tan acostumbradas a contar ficcionalidades, y luego convertirlas en una fotografía en el que no se inventan, sino describen situaciones y personajes reales es un reto, o implica varios, pero hay algo que yo admiro en Yael: su valentía por incomodarse, sus ganas de descubrir y moverse, su empatía por las circunstancias de un movimiento colectivo lleno de individualidades y su claridad para saber que ahí va la esencia de la humanidad, pero que cada una de esas personas es irreductible a un estereotipo.
Les invitamos, queridas lectoras y estimados lectores, a tomar el cincel para derribar esos muros, los nuestros y los de los otros. No lo olviden, ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero