DANIELA ALBARRÁN
Mientras el objeto de mi amor sea un lord del siglo XIX con una cuantiosa herencia y un sinfín de propiedades en todo el mundo.
Y es que debo reconocerlo, acabo de terminar de leer Lady Barberina del maravilloso Henry James, de quien hace algunos años leí Retrato de una dama (btw, John Banville escribió La señora Osmond, su spin off que verdaderamente es una belleza); y me enamoré perdidamente de Jackson Lemon, un Lord (no inglés, por desgracia, sino de EUA) de riqueza excesiva y de procedencia sospechosa que conquista la mano de Barberina Canterville, la heroína de la historia.
El cuento no es largo y es la misma historia de siempre, se enamoran, se casan y toda esa parafernalia del siglo XIX, pero de lo que yo quiero hablar es de lo que siento cuando leo una novela decimonónica, y no precisamente de la novela en sí, la cual, por cierto, recomiendo ampliamente.
Primero me contextualizo: soy una mujer del siglo XXI, con formación académica alta y que trabaja, y aun así mi sistema límbico no le diría que no a un Jackson Lemon, es más, tampoco me molestaría que un supuesto padre, el cual no tengo, arreglara mi matrimonio con un lord. ¿Suena risible? Sí lo es, pero la verdad es que la lectura de este libro me hizo recordar que yo crecí leyendo novelas decimonónicas con este tipo de personajes, vaya, mi humilde estándar en el amor era (y un poco sigue siendo) Heathcliff, y la verdad es que con esta educación literaria me ha sido muy difícil deconstruirme del amor romántico.
Dicho lo anterior, también quiero decir que me parece risible seguir leyendo el siglo XIX. Elaboro la idea: este tipo de literatura es radicalmente alejada de mi realidad. Leí esta novela en el camión rumbo a mi trabajo, en las ventanas sólo veía fábricas, el perfecto oxímoron de los bucólicos escenarios de las novelas del SXIX. Y la verdad, mientras lo leía lo único que pensaba era en lo absurdo, y lo absolutamente ridículo que es que yo esté leyendo esta novela que me habla de riqueza, belleza, juventud y cosas hermosas dentro de un camión apestoso para terminar siendo explotada por el capitalismo durante horas, y así por el resto de mi vida.
Y pienso esto porque yo amo el SXIX y porque, como dije, mi formación literaria comenzó ahí, pero también reconozco que es ridículo que yo esté leyendo este tipo de obras en este escenario y, aun así, a pesar del sistema, me siga aferrando a la belleza, y le siga apostando a la literatura y a la poesía, aunque no tenga ningún sentido. Porque vivo en el Edoméx, uno de los lugares donde está el peor sistema de transporte público y solo yo sé lo mucho que disfruto esos momentos de transportarme, donde somos el camión, mis libros y yo.
Y sí, creo en el amor romántico, en el que un Jackson Lemon o un Heathcliff venga y me diga “vamos a leer todo el siglo XIX” porque ya había olvidado lo mucho que amaba la literatura de este siglo y todo el teatro de quedar bien con la sociedad, y tomar el té con las señoras copetudas, y los matrimonios arreglados.
Y mientras llega mi lord del SXIX seguiré leyendo en el camión.