
VÍCTOR CÉSAR RODARTE CABRERA
Max llega muy temprano a la guardería, aún no sale ni el sol. A las 7:15 entra a filtro. Aunque el cobertor le cobija todo el cuerpo y se mantiene cerca de su madre, se da cuenta que empieza el momento más triste de la mañana, despedirse de ella siempre es una batalla. Se le hace un nudo en la garganta, pero la nostalgia se le pasa cuando a su nariz llega un aroma inconfundible:
“Ya no huele a mi mami”, piensa el bebé, mientras le destapan la cabeza, le bajan el pijama y le abren el pañal.
—Está seco, pase— dice la enfermera cadenera.
—¡Qué bueno, porque ya se me hizo tarde! —contesta la bella mamá.
Maximiliano le regala una dulce sonrisa en medio de un puchero, sabe que hoy no tiene tiempo para berrinches. “No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar”. Mami le da un beso rojo en la mejilla y lo entrega a la maestra con su pañalera, leche materna y credencial.
—En un ratito vengo por ti, mi amor” —dice la madre mientras se aleja.
“No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar”. Inmediatamente se le va la nostalgia cuando huele el perfume de la maestra que ahora lo carga. “Huele a viejita, doña Mica”.
La maestra con bebé en brazos emprende el camino hasta la sala.
—¡Ay, ya te hiciste del baño! —Lamenta la educadora, mientras le vibra el brazo por los pedos del pequeño. —¡Creo que ya se te salió, Max! —dice con asquito.
“Yo creo que sí, mi reina: me estaba cagando desde el carro, pero me aguanté porque mami tiene festival hoy”, piensa con orgullo.
Ya cambiado e instalado en su portabebé, se mece mientras desayuna su teta, a punto está de tomar su siesta matutina, cuando Ana Pau entra a la sala.
“También llegaste temprano temprano, muñeca”, piensa y la sigue con la mirada. Le encanta tanto esa nena que hasta leche babea. A la primera oportunidad, rodando sobre los colchones de espuma, Max se acerca hasta su princesa.
—¿Qué pensaste de lo que te dije? —le susurra a Ana Paula mientras la maestra pone Potí potí en su celular.
—Es que… no sé, Max. Como que se me hace muy pronto para tener novio, dice mi papi que soy su bebita. Apenas tenemos 11 meses de edad. Déjame pensarlo.
—Está bien, no te presiono, nena. Terminando la siesta platicamos.
A las 12:40, los niños colocados panza arriba hacen sus ejercicios de piernas.
—Paula, Paula —susurra el pequeño a su compañera de salón. —Mira cómo hago bicicleta ¡sin manos, sin manos, sin… Graggh!
Paula no puede contener la carcajada chillante al ver a su amigo regurgitar leche por nariz y boca.
—¡Cof, cof!
La maestra lleva al pequeño al cambiador, mientras le da palmadas en la espalda. Más tarde ya en los corrales, Ana Pau se acerca gateando a su vecino. El angelito aún tiene vergüenza, no quiere verle a la cara. Le da la espalda mientras juega con un dado gigante.
—¿Estás bien?
Maximiliano, todavía apenado, no hace caso e inclina la cabeza.
—Pensé que perdía a mi príncipe —dice la niña con voz amable. El bebé no puede evitar sonreír y voltea a con su vecina.
—Es que la Micaela Gutiérrez no sabe darme mis palmadas bien, siempre me deja aire, pero le vomité en la boca a la cabrona.
—No le digas así, te va a oír.
—No oye ni sus pedos, mucho menos a mí. ¡Qué vergüenza! Vomité frente a ti.
—Tranquilo, no pasa nada. A mí también me ha dejado con aire.
—Pero tú hasta vomitada te ves hermosa —Confirma el pequeño bajando nuevamente la cabeza.
—Gracias, bebé… Ya decidí.
— ¿Qué decidiste?
—Que sí quiero ser tu novia —dice con una sonrisa.
De la emoción, Max se cae de espaldas al mismo tiempo que se le escapa otro pedo. Como puede, se incorpora sin una huella de pena, más bien con una sonrisa que no le cabe en la cara.
—¡Oye! —dice ella —No sabía que te gustara tanto. Me halagas con tus gases.
—Me encantas, preciosa, pero cuando se entere Ponchito, él sí se va cagar de la envidia.
—Ya no seas cochinote, Max.
—Así me quieres, grosero.
—Sí, la verdad sí. Me gusta que seas auténtico. Te quiero mucho.
—¡Eso es todo: ¡Quiéreme con huevos, bonita! Ten, te comparto de mi chupón.
—¿Cómo lo metiste?, te van a acusar con tu mamá.
—No, no hay bronca, mi papá lo metió de contrabando.
—¿En dónde lo traías?
—¡En el pañal!
—¡Ay, qué cochinos son!
—No te creas, lo enredó en mi cobijita.
—Está bien, ahorita me das poquito, pero antes, voltéate para allá que me anda de la pis.