La epifanía puede surgir de cualquier rincón: al descubrir una puerta que no lleva a ningún lado, cubierta de enredaderas que brotan por las grietas; al ser salpicado por el verso de una poeta, al degustar un café caliente y sin prisas, al encontrar una libreta olvidada o al cruzarse con una mariposa que creías herida, pero que te susurra que acaba de salir de su crisálida.
El nacimiento del arte a menudo se encuentra en esa pincelada que se dio de más, en el descubrimiento casi serendípico que se experimenta al modelar la arcilla, en el uso de un objeto que pierde su contexto original para adquirir uno nuevo. Pienso, por ejemplo, en las planchas antiguas de mi bisabuela que mi abuela utilizó para aplanar tortillas y que ahora reposan como simples ornamentos sobre la repisa en casa de mamá.
Otras veces, surgen ironías y el artista busca la burla en un pedazo de madera: una puerta, un tronco, un comedero de cerdos. Llevar la epifanía al museo, sacar el museo a las calles, señalar la opresión y sentarse en el taburete para proclamarse bufón, rey o mortal. Jugar con lo alto y lo bajo, lo adentro y lo afuera, las dualidades de una cara que, por un lado, es una moneda y, por el otro, un intercambio de roles.
La gran proeza de un artista es su valentía y su capacidad de descubrimiento y sorpresa: no temer ensuciarse las uñas, embadurnarse el cuerpo con pintura, con versos y máscaras; habitar el performance entre los límites establecidos, ir y venir, señalar y retomar, denunciar y divertirse en el camino.
En este número de El Mechero, queridas lectoras y estimados lectores, les regalamos un bocado de denuncia en un comedero de cerdos. La sátira se expone en un simple objeto que sirvió para alimentar puercos y que, ahora, se ha convertido en un estandarte de burla para otra clase de animales que se sienten arriba, que beben gotitas de oro, reyes de la civilización convertidos en bufones del pueblo.
Pódium es la reciente exposición de Gustavo Villagrana, pero no se queda ahí, en las cuatro paredes de una galería. El diálogo continúa en esta obra inacabada. El encuentro con el objeto es la epifanía de este discurso; las texturas son la digresión que lleva la obra a las paredes; el color actúa como catalizador de la disrupción en el espacio. La trinidad se consume a sí misma.
Gustavo abre bien los ojos para encontrar esa epifanía que ya estaba presente desde hace quién sabe cuánto tiempo. La traslada, la interpreta y nos comparte lo que el objeto tiene que decir: hay algo más allá de lo evidente. Trujimán, Gus, nos invita a descubrir aquello valioso que se guarda en un pedazo del mundo. Buen provecho y no olviden que juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero