Por J. Luis Carvajal
Por mensajería recibí, hace una semana, un pequeño libro de poemas con un título falsamente inofensivo: En la habitación oscura de Alberto Avendaño (Vocalibus, Toluca, 2022). Me lo envió mi novia, pues sabe que mi tesis de maestría, acá en la Universidad de Nuevo México, trata sobre la poesía “postvelardeana” de Zacatecas —el estado donde nací y donde nunca he vivido. No conozco en persona al autor, Alberto Avendaño, pero no desconozco su apócrifa leyenda: que se ha tatuado dos veces todo el cuerpo, que es capaz de escribir un libro en un día, que rapea en italiano los cantos de la Divina Comedia, que trabaja en una agencia de celulares para encubrir su activismo como hacker del grupo Guacamaya.
En cuanto abrí el volumen, comprendí que esa fama, tan sugestiva, empalidece ante la traviesa malignidad de este libro. Se trata, como proclama su título, de un barroco viaje a través de la noche —a la manera de San Juan, Santa Teresa o Sor Juana—: el canto del poeta empavorecido frente a la “noche oscura del alma”, guiado por el pájaro del insomnio y “la canción de la cigarra”. Con versículos sonoros e imágenes terribles —pero lúdicas—, este poema nos arrastra por el fango de sus terrores y su siniestra erudición mitológica, mientras evoca a una mujer, Elisabeth, de la que se enamoró porque hablaba sola.
Luego de merodear a sus fantasmas literarios —como Walt Whitman y Edgar Allan Tremens—, el poema se vuelve rito y luego Sabbath. Aparece Luzbel, que tienta a un niño para que encienda un fósforo y lo incendie todo. Se asoma luego Amón, el “señor de los huérfanos, / padre de la lluvia ácida / amo de los terremotos”, seguido por Belcebú, “el señor del estiércol / hermoso como el canto del sapo”. El terror alcanza su clímax cuando viene Asmodeo y canta: “Me amarás mañana, / me bañaré en tu orina / comeré tu mierda y en tu gloria / me cortaré la verga”. Luego viene el descenso, la serenidad del cadáver que escucha: “las parcas bajo el granizo rezaron / por mi carne / alimento de perros y gusanos”.
El final del poema es alucinatorio. La pesadilla que se mira en el espejo. El poema invoca ahora a una vieja que “aprendió a leer el tarot con la lengua” y supo vislumbrar los infinitos apocalipsis que azotarán el mundo y las múltiples imágenes que se esconden en cada arcano mayor o menor. Al cerrar el libro, por supuesto, no he podido dormir, poseído por ritmos y por visiones. Enigmático y eufónico como un ensalmo, En la habitación oscura renueva nuestra fascinación por las ciénagas del alma cuando son alumbradas por la oscura fosforescencia de la poesía: aquella que no baja los ojos cuando encara a la muerte, esa vieja que sale “por las noches a follar /con los marranos y los lobos / pues mi cuerpo es una ofrenda / a mi amado Satanás”.