Por Ezequiel Carlos Campos
Miércoles, 12 de julio de 2023
Escribo esto un día después de tu muerte. Quién sabe por qué dieron la noticia hasta ahora. La mañana fue bochornosa; como todos los días, me despertó el calor. Desde muy temprano me llegaron las notificaciones de los periódicos que sigo, todos con el fatídico informe de tu muerte. Vieras que al principio no lo creía, quizá sólo era una nota más sobre ti, sobre tu archivo personal que se juntó en una nueva biblioteca en Brno, tu ciudad natal. Qué sé yo. Pero no, sí era tu muerte. ¿Qué se hace cuando uno de tus autores favoritos muere? Quizá nunca hayas entendido el actuar de las redes sociales, Kundera, pero es lo que hacemos ahora todos, es nuestro día a día. Compartí la triste noticia. Me dirigí al espacio de mi biblioteca donde tengo tus libros, leídos todos, claro que sí. Me quedé mirando algunos de sus lomos, donde están tus fotos, tu nombre y el título en la colección Maxi de Tusquets. Alguien que estaba y ahora no. Esa fue mi reacción: tomar un libro y saber que el escritor que lo escribió ya no está con nosotros. Fue como percibir una sombra sobre tus libros, se acabó el brillo. Sí, quizá la muerte de un escritor también se refleje en los millones de ejemplares de sus lectores. Así fue conmigo. Tomé cada libro que tengo tuyo, doce en total, y los formé para tomarles una foto, como se hace ahora en las redes sociales. Gente muere todos los días, sus fotografías aparecen en las pantallas de los celulares, con frases, recuerdos… Tomé una fotografía a los ejemplares que tengo, junto con este mensaje: “Hasta siempre, Kundera. Hasta la eternidad”. También compartí esta famosa frase tuya sobre la mortalidad: “Ser mortal es la experiencia humana más esencial y sin embargo el hombre nunca fue capaz de aceptarla, comprenderla y comportarse de acuerdo con ella. El hombre no sabe ser mortal. Y cuando muere ni siquiera sabe estar muerto”. Las reacciones empezaron a aparecer. Es sorprendente descubrir que hay un montón de gente aquí en la ciudad donde vivo que te ha leído, que también entraron al mundo de la literatura por ti; otros y otras, aunque no han leído mucho de ti, te conocen, te aprecian o recuerdan haberte leído y llevarse una bonita sensación —con bonita me refiero a que ese momento no lo olvidan, porque varias de tus novelas no tienen nada de bonitas, sino de tristes, solitarias, filosóficas—. Si aquí fuiste un autor leído, no me imagino en el resto del mundo. Millones y millones de lectores, como bien pude apreciar en los hashtags de tu nombre, compartieron tus frases en muchos idiomas, subieron fotos tuyas, de tus libros, de las bibliotecas de ellos, como yo, compartiendo sus libros, tus libros. No sé cuál haya sido tu aspiración al ser escritor, pero qué más podrías pedir que muchos lectores, mucho cariño al momento de tu muerte. No he visto una publicación mala onda, Kundera, te lo aseguro. Eso habla mucho de ti, ahora que has trascendido.
Dame la oportunidad, Kundera, de contarte qué significa tu nombre para mí. Tenía diecisiete años, cursaba tercero de preparatoria y nunca había leído un libro completo. Mis incursiones literarias habían sido como casi todos los adolescentes flojos de mi generación, leyendo poquito, salteado, para ver de qué trataba la obra. No tenía gusto por la lectura porque ningún maestro me lo había inculcado, no había descubierto algún escritor que me diera ese golpe del que habla Kafka. Tenía que realizar un trabajo para mi clase de Lectura y Redacción, el maestro era muy exigente. Nos pidió conseguir un libro, un libro de verdad, no de esas cosas que leen los jóvenes o los adultos con baja autoestima, en palabras del maestro. No tenía libros, en mi casa nunca hubo. A mi madre se le ocurrió pedirle prestado uno a mi vecina, quien era una buena lectora, docente en la licenciatura de filosofía. No quiero exagerar, Kundera, pero su biblioteca era enorme —a los ojos de alguien que sólo había visto esa cantidad de ejemplares en las bibliotecas que visitó en su infancia—. Ella me sugirió varios, no los recuerdo, pero se quedó pensando y fue por uno más, La insoportable levedad del ser, y me dijo que ese era el indicado, que me iba a gustar. Me asustó su extensión —recuerda que yo no leía nada—, pero asumí el reto. Lo empecé a leer y ya no pude soltarlo. Una o dos semanas después tuve que entregar el trabajo, hice una exposición con papel bond, pegué fotogramas de la película homónima y, según recuerdo, hablé del libro, sobre la estructura, las historias, los personajes. Saqué diez, Kundera, quizá mi primer diez sincero en esa materia, por haber leído un libro, mi primero de la vida. Desde entonces no pude parar, como decía, no sólo en haber leído tu libro, sino que me convertí en un lector. La insoportable levedad del ser fue el comienzo de mi vida lectora, fuiste tú a quien leí primero y quien me enseñó que en los libros existía un mundo que jamás me imaginé, había tantas posibilidades de vida, de acciones, de anhelos, cosas que jamás percibí a mis diecisiete años. Fue así, pues, Kundera, que entró la literatura a mi vida y ya jamás, espero, se irá. No sé si te importe esto que te cuento, porque supongo que esos millones de lectores que te escriben ahora mismo también te narren situaciones parecidas; pero quiero darte las gracias, primero, por escribir libros increíbles, segundo, por estar en ese momento clave en mi vida, y tercero, por formar a tantos lectores y escritores como yo. Si el cielo existe, espero poder conocerte allá algún día.
PD: La fotografía tuya que tengo en mi cabecera, junto con los escritores que amo, ahora tiene por fin esa fecha que faltaba en tu pequeñísima semblanza que pusiste en tu última novela, La fiesta de la insignificancia: “Milan Kundera nació en la República Checa y desde 1975 vive en Francia. Murió en París, en el 2023”.