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Así como cuerpo: los viejos lilas de la jacaranda. Caballitos cansados de la gravedad. Vacilación de la mirada en tierras nuevas. Abril reclama sus estrellas a ese árbol que pensó que era hermoso.
Te estoy confesando algo importante en un tono de no tener ni idea de lo que quiero decir. Lo hago para que pienses que me duele resistirme a tanto descontrol.
Caos es una palabra enredadera.
Un movimiento solitario hasta el tronco para completar la alfombrilla circular del lienzo. Para que mi muerte no tenga significado. Consolada por esta lluvia de retales eficaces. Consolada por el silencio de los viejos de la jacaranda: mi corazón.
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Ése sauce lagrimoso que me mira, ¿en qué piensa? En el pasado de los pájaros rojos con alas negras. En la mirada fija que cambia de caricia. Aperturas de luz en el remate horizontal. Interrupciones dolorosas, palidez de las hojas alargadas.
Soy yo. No hay árbol ni dios. Sólo el calor de la tarde que ralentiza el baile de las ramas en busca de un reflejo. Tiempo y sustitución de las escenas. Cambio que gira sobre sus letras. El sauce empuja sus raíces hacia al tronco en busca de un abrazo, como un bebé que juega al infinito. Árbol que detiene al sol en su caída para mejor preparar la noche. Para que no me dé cuenta del corazón adolorido por esta tierra que es siempre exilio.
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Sí vuelven las golondrinas. Sí hacen sus casas. Sí impregnan el aire con su aroma cristalino. Sí se meten en el corazón como balas expansivas. Sí están solas. Mienten sus cantos de apariencia estable. Mienten sus alas con la seguridad de guardar lugares, fechas y rostros familiares.
Ellas viajan en grupo; yo congrego mis bocetos de la persona que soy a donde llego. El que me besa no se quedará. De reojo, otra vez las golondrinas. Porque no se detiene la naturaleza. Porque el tiempo del amor no es relativo.
Mi tía me contó que una golondrina herida vino dos años seguidos a su casa y lo supo porque la primera vez ella le curó la pata. La primavera siguiente, vino con la cicatriz.
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Entrar a un jardín y salir a otro jardín.
Piensa en la primera vez que mordiste una manzana. Detén la imagen con los dientes. Sopesa el jugo como a un vino sobre la lengua, hasta que la palabra manzana se destile.
Deja de clasificar las sensaciones. A lo mejor te encuentras al fruto todavía en el árbol, a lo mejor la historia se comienza a borrar.
La memoria no es lo que recuerdas. Naturaleza no significa naturaleza.