¿Cómo traduces un pedazo del mundo a las palabras? Pienso, por ejemplo, en cómo decirle a alguien que su compañía se siente como ese beso de sol en un día de frío, cómo traduzco la furia de las nubes en una fotografía que no alcanza y cómo tampoco alcanza un verso en la piel para trasladar el significado de mi poema de cabecera. También pienso en todos aquellos poemas que me han trasladado de las grafías a mi propia existencia, por supuesto voy de las palabras a la vida, de las palabras prestadas para resignificarme yo, que tampoco alcanzo a traducirme en mis propias estrofas.
Luego pienso también en aquellas palabras prestadas en otros idiomas y que son intraductibles, como la experiencia ajena, que no puede verterse en una sesión terapéutica o en la nota de un bajo que te dice más de lo que alcanzas a comprender. La saudade, el litost o la pena ajena, ¿cómo explicar aquello que no conoces y, por tanto, no sabes que existe? También, a veces pienso, en la muerte de las lenguas y los fragmentos de una cosmovisión que ha desaparecido; en las lenguas que han fenecido y resisten en una hoja de papiro, que llegan con respiración artificial incluida para que podamos comprender a medias en un idioma que desconocemos.
El trabajo del traductor es poco reconocido, es quien tiene las herramientas para servir de mensajero de los dioses a los simples mortales, un verso que adquiere un nuevo sentido, un maquillista de los poemas para que nos permite leer uno nuevo con la esencia del primero.
Quienes estamos en el mundo de los libros sabemos que cuando leemos una traducción, posamos la vista a una obra nueva. El verso, que en esencia dice lo mismo, viaja ante la elección de usar una u otra palabra que dé un significado global, pero no literal del texto, a veces se sacrifica la estructura por la cadencia, a veces se toman libertades para mantener el ritmo y otras se elige buscar una frase que equivale con mayor fuerza a la lengua a la que se convierte.
La traducción es un ejercicio que se reflexiona en muchos niveles: el autor como traductor de un pedazo del mundo, el lector como un intérprete de lo que las palabras dicen más allá de lo evidente y el traslado de un idioma a otro sopesando cuál es aquella esencia que no es negociable perder.
En este número de El Mechero, queridas lectoras y estimados lectores, les ofrecemos distintas lecturas y varios traslados: en las páginas centrales les regalamos una visión poética del mundo de la recién nombrada premio Nobel de literatura, Han Kang. Es una probadita de un fragmento de la vida y la geografía en la voz poética de alguien que vive en una sociedad muy distinta a la de nosotros, hay sigilo, hay delicadeza, pero es poderosa y fuerte.
Sin embargo, no se detiene aquí, la voz viene a través de la voz de alguien más joven que también habla a través de la poesía: una joven poeta que interpreta y traduce a otra. Nayeli Garza es esta sibila que nos narra la sentencia del oráculo al alba, cuando el blanco se apodera de las habitaciones vacías.
No lo olviden, juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Director de El Mechero