Por: Daniela Albarrán
La primera vez que leí Un cuarto propio de Virginia Woolf me surgieron varias cuestiones que, en principio, parecían conceptos completamente ajenos a mi realidad. Sobre todo, debido a la primera frase que plantea y que resume en gran medida la idea de tener un cuarto propio: “[…] que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas; y esto, como veis, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela”. Al leer esta afirmación, lo primero que viene a la mente es la comodidad, tal vez idílica, de tener una casa en el campo, lejos de la ciudad; un refugio donde se pueda escribir y leer sin interrupciones.
Sin embargo, esto es prácticamente imposible, al menos para mí, una mujer del siglo XXI que trabaja, a veces con dos empleos simultáneos, buscando becas y cualquier otra cosa para sobrevivir, en medio del ruido y el transporte ineficiente de la ciudad. Además, prácticamente no tengo posibilidades de adquirir una casa propia, y mucho menos en el campo. Me pregunté varias veces cómo puedo escribir si no tengo las condiciones “ideales” para la escritura, desde la perspectiva de Virginia Woolf.
Lejos de la idea idealista y profundamente romántica de tener una casa en medio del bosque, y que además con las subsistencia alimentaria y de ocio aseguradas, que es prácticamente imposible para las mujeres escritoras de mi generación, que se la pasan buscando “chambitas” que les permita pagar el alquiler, porque todas las profesiones que se dedican al trabajo literario son profundamente precarias, llega Dahlia de la Cerda con Desde los zulos, un texto tremendo, donde lo que más me llamó la atención fue su interpretación del cuarto propio y de lo verdaderamente difícil que es acceder a un espacio donde tengas la libertad de escribir, leer y crear.
Desde que yo comencé a trabajar formalmente, en 2016, en un periódico, recuerdo que trabajaba entre tres y cinco horas diarias por la noche, eso me daba el tiempo para hacer lo que yo quisiera durante el día; fue una época donde comenzaba a tener dinero y, por ende, cierta independencia, y lo mejor: tenía tiempo suficiente para continuar con mis estudios y pagarme algunos cursos extra; fue una época de mi vida que quizá no valoré lo suficiente; después de ese trabajo, entré a trabajar en una revista, en la cual trabajaba seis horas, lo cual también me permitía tener cierto tiempo libre, con lo que pude estudiar mi maestría, hacer otras “chambitas” y estudiar dos idiomas al mismo tiempo. Y ahora, que trabajo todo el día, pero que en realidad, a este momento en el que escribo esto, llevo algunas semanas en las que no tengo trabajo y aprovecho el tiempo de oficina para, desde perder el tiempo en Twitter, corregir mi tesis, leer, escribir o ver series.
Giro esto a mi experiencia personal, porque el texto de Dahlia hizo que me diera cuenta que el cuarto propio sí existía, y sí era accesible para mí, insisto, no desde la idea bucólica que comentaba más arriba, sino a partir de mi condición y mis posibilidades. También me hizo reflexionar sobre desde dónde estaba escribiendo, cuál era mi posición en el mundo y la importancia que eso tiene, es decir, nuestra posición ética, moral, social, económica y política en el mundo para poder escribir lo que estoy escribiendo ahora, por ejemplo.
Dahlia expresa que un cuarto propio para las mujeres implica, sobre todo, tener los privilegios de tiempo y dinero para escribir. Sin embargo, también se traduce en muchas otras condiciones, como no tener responsabilidades a cargo de nosotras, contar con un espacio destinado a la escritura, no vivir en condiciones de hacinamiento y tener un lugar como una oficina donde se pueda escribir y leer. Aunque debo admitir que en los últimos meses he perdido algo de autonomía en mi escritura, siempre puedo dejar de lado las tareas que tengo que hacer para dedicarme a escribir y no ocurrirá nada grave. El mundo no se vendrá abajo si detengo mis labores domésticas o laborales para leer y escribir.
Sin embargo, también me surgen cuestionamientos a partir de Desde los zulos. Dahlia menciona que ella escribe desde los zulos y continuará haciéndolo porque es ahí donde pertenece, “al barrio”. No le interesa convertirse en una purista o en una escritora que va a un café para escribir o para observar lo que sucede a su alrededor. Lo que ella quiere es ser una escritora que escribe por y para los márgenes, para las mujeres que no tienen un cuarto propio y aun así siguen escribiendo y creando.
Cuando leí su postura, una de las cosas que más ruido me hacía era justo entender desde dónde escribía yo, porque sí, tenía un cuarto propio, pero eso no significa que sólo me dedique a la escritura o la lectura, ojalá. Ahora, hago otro tipo de tareas, como lavar los trastes y mientras lo hago procuro también pensar o escribir mentalmente, o repasar algunos versos que me gustan, y eso puede sonar estúpido, lo sé, pero cuando mi cuerpo hace alguna tarea doméstica, mi mente se revela y me obligo a pensar en lo que quiero escribir, o teorizar sobre lo que estoy leyendo para posteriormente ponerlo en el papel.
Dahlia dice que hasta lo que cocinas y quién cocina en tu casa determinará las condiciones en las que uno escribe, y cuánta razón hay en sus palabras; ahora que yo cocino lo que me como, que hago labores domésticas que antes no hacía, he perdido mucho tiempo valioso para dedicárselo a mis lecturas, y eso me duele y me enoja y me da rabia, pero una, aunque quisiera, jamás se podrá salir de lo doméstico, ni de los cuidados a los otros: y sí, odio cuidar y hacer tareas domésticas, y lo único que puedo hacer con eso es priorizar momentos de escritura y lectura; priorizarme desde lo intelectual, sobre lo corpóreo, aunque ambos estén de la mano.
Reconozco los privilegios que tengo a la hora de escribir, y sí, como Dahlia lo dice, “reconozcamos nuestros privilegios, los asumamos, entendamos cómo nos beneficiamos y cómo nos beneficia el sistema”; es verdad que tengo un trabajo donde puedo escribir, y cuento con la tecnología para escribir o acceder a libros e información, y desde ahí escribo. Pero también reconozco que todo eso puede desaparecer en algún momento y que a veces mis actividades cotidianas no me permiten tener esos momentos de creatividad ni de soledad para la escritura.