Agujero negro
Ahí estaba
el cadáver del perro
en el centro del jardín.
Nos esperó su muerte
las dos noches, brillando de sed
bajo la luz inútil de la luna.
Imagino la escena desde la ventana,
la lenta transformación del cuerpo
en materia, en hueso, en aire
venenoso. Mis ojos
sobre su lenta huida de sí mismo,
implosión de estrella diminuta,
agujero negro en el corazón
del pasto, a dos metros exactos
del ave del paraíso,
atada a su tallo y moribunda,
impedida para el vuelo, imposible
soltar amarras y convertirse
en ave carroñera y saciar su hambre.
Ahí, en el centro del jardín, empezó el mundo:
me mostró el perro su destiempo, su hundirse
en sí mismo y el acto a voz en cuello
de la muerte. Desde entonces
gira mi vida rigurosa, mis días en ciernes
espirales, en torno al sitio exacto
de su cuerpo. Y éste se traga mi pasado,
devora días y obras,
el jardín y su casa que hace años no existen,
las comidas de domingo,
el piano desdentado y la abuela
sentada al tocador con sus perfumes,
cada frasco, cada olor ennegrecido,
la vajilla suspendida, girando
ante la gravedad enorme de ese centro,
en el que se desliza sin luz toda mi vida
y las horas y días que se han ido
y los años que me faltan
para siempre.
De Principia
Orfelia borra viejas fotografías de su celular
Ya terminó el viaje: jardín de erizos,
piedras contra el agua, marea y estría,
el artilugio diario de los atardeceres,
cosas que aseguramos
no olvidar nunca,
el sabor de la sal y su intemperie, el mar,
sábana sin sueño que dobla y desdobla
sus esquinas, tu piel contra la mía,
las cabañas de Mario, su guitarra
y canciones. Era la última noche.
El mundo era un acorde pulsado
justo a tiempo. La música redondeaba
las cifras inexactas de nuestros cuerpos
y el hambre del mar. Lo sabíamos bien.
Yo miraba la sombra de la voz,
que es el cuerpo. Tú, la frente
contra mi hombro, aferrabas
mi mano entre las tuyas como un niño:
la felicidad y su envés
de desamparo.
Es cierto. Ya para siempre
es tarde en esa tarde.
Es lógico colegir que el sitio
en el que estuvimos existe
todavía, aunque nosotros no
o no de la misma forma.
Mario afilará su voz
contra la piedra cerrada de la noche
y al fondo el mar aún
y siempre se romperá la cara
contra las rocas. Sólo aquellas cosas
que repiten una y otra vez
su propia destrucción
permanecen. Ya terminó el viaje.
Nuestra piel olía a citronela.
De El reino de lo no lineal