
JORGEL. CASTAÑEDA
En el entramado sociocultural de México, el patriotismo ha sido una fuerza invisible, pero constante, que atraviesa generaciones. En las aulas, este sentimiento cobra un papel decisivo: no como una imposición ideológica, sino como una herramienta para fortalecer la identidad, la memoria colectiva y el compromiso con la transformación social. La práctica docente en México, históricamente ligada a los procesos de construcción nacional, se convierte en un espacio privilegiado donde el patriotismo puede tomar forma crítica y activa.
Hablar de patriotismo en el ámbito educativo no es únicamente recordar símbolos nacionales o fechas conmemorativas. Es, ante todo y a reserva de lo que ustedes, lectores, opinen, promover un amor profundo por el país que se manifieste en el deseo de comprender su historia, reconocer su diversidad y comprometerse con su mejora. Desde este enfoque, el docente no es solo un transmisor de conocimientos, sino un agente formador de conciencia nacional, capaz de inspirar a sus estudiantes a mirar su entorno con responsabilidad y esperanza.
La práctica docente en México ha estado íntimamente ligada a los momentos clave del desarrollo nacional. Desde la posrevolución hasta la actualidad, el magisterio ha sido motor de alfabetización, promotor de valores cívicos y defensor de los sectores más vulnerables. Aun en medio de reformas educativas, tensiones laborales y condiciones adversas, el magisterio del país ha sostenido con dignidad la labor de enseñar no solo contenidos, sino también amor por la tierra que habitamos, por la patria.
Sin embargo, considero que es necesario repensar el patriotismo desde una mirada crítica. No se trata de un nacionalismo acrítico o excluyente, sino de una postura reflexiva que reconoce las contradicciones de la historia nacional, que se duele de las injusticias, pero que también celebra las resistencias y los logros colectivos. Un patriotismo que no teme señalar los retos estructurales como la desigualdad, la violencia o la corrupción, pero que apuesta por formar ciudadanos capaces de enfrentarlos con ética y compromiso.
En este sentido, la práctica docente debe estar impregnada de un patriotismo pedagógico, entendido como una forma de enseñar desde el arraigo, la memoria y la expectativa. Educar con patriotismo es también enseñar a cuidar el territorio, a respetar las lenguas originarias, a valorar la interculturalidad, a conocer las luchas sociales que han dado forma al México contemporáneo. Es formar estudiantes que no solo busquen el éxito individual, sino que se asuman parte de un proyecto colectivo.
Hoy más que nunca, ante un mundo globalizado que tiende a homogenizar identidades y desdibujar las raíces, el papel del docente como mediador entre el pasado y el futuro cobra una relevancia crucial. En sus manos está la posibilidad de sembrar un patriotismo que no se quede en el discurso, sino que se traduzca en prácticas cotidianas: desde la participación comunitaria hasta la defensa del medio ambiente, desde el respeto por los derechos humanos hasta la construcción de una cultura de paz.
El patriotismo, entonces, no es una carga ideológica que se impone, sino una semilla que se cultiva en el aula con cada acto de justicia, de empatía y de conciencia. La práctica docente en México está llamada a recuperar ese horizonte ético y político que la ha caracterizado históricamente, para formar generaciones capaces de amar a su país sin idealizarlo, pero con la voluntad de transformarlo.
Porque educar desde el patriotismo no es otra cosa que enseñar a no rendirse frente a la adversidad, a construir un futuro con memoria, y a creer en un México más justo, más humano, más nuestro… es posible. ¡Hasta la próxima!
Fotografía: Freepik