
JUAN HORACIO GARIBAY
Cuatro Borges son, por lo menos, de los que se puede hablar: el más inequívoco es el histórico, por ejemplo, el yo de «Borges y yo». El segundo es el autor –el de Ficciones o el de Los conjurados-. Después está el Borges protagonista, o de otra forma, el personaje del «Hombre de la esquina rosada» o el de «El Aleph» o el de «El otro». Finalmente veo/advierto al Borges universal, el Borges/nosotros, –el Borges nadie, es decir, al Ulises/Borges- dígase el arquetípico del que participamos todos los humanos, porque cualquier ser humano es la totalidad humana. Idea obvio borgeana, pero antes y sin duda plotineana, pero antes y sin duda homeriana, pero antes y sin duda…, y así. Y digo mejor borgeana puesto que hacer nuestros a los «Borgeses» es concebir –y existir de- una manera de mundear en el mundo mundano y más allá. Adjetivo que se traduce en sospecha de la realidad, sospecha del yo, sospecha del tiempo y sospecha de la sospecha. Y, a su vez, aserción del sueño, del no saber, de la escritura que es escrita por otra escritura, que es escrita por otra escritura la que es, mismamente, escrita por…; y de esa nada/todo llamada: Dios.
El histórico…
Asiento sólo dos cosas. 1.- Borges crece entre el agitado barrio de Palermo y la ecuánime biblioteca de su padre. 2.- El Borges histórico –no el personaje- se presenta por única vez en el relato «Borges y yo»1 ahí se puede leer su mejor descripción (auto)biográfica.
El autor…
Más allá de los laberintos perennes, los espejos ominosos o las querellas a cuchillo, hay un tema fundamental en el Borges autor: el asalto a la realidad por la imaginación, es decir, la vindicación de lo ficticio contra la acritud filosófica. La consecuencia es evidente: la metafísica después de Borges –o como lo dice Carlos Fuentes después de la herida2 adquirirá un nuevo sentido con la incisión dada a partir de la ilusión y la imaginación. Y la consecuencia de esta consecuencia será que el universo es inextricable y ningún libro, ni estante de libros o biblioteca, lo puede contener. Y la consecuencia de esta consecuencia de esta consecuencia será que, no obstante, hay una frase secreta o palabra –¿literaria? – en la que está contenida toda la realidad incluido Dios, tú, yo; nosotros.
Extraño: Borges –autor- regularmente nos hace creer que la realidad es más amplia que cualquier de nuestros sistemas metafísicos y, otras veces, nos dice que hay un enunciado –hermético enunciado- en el que todo está contenido. De lo primero me recuerdo «Una rosa amarilla» del libro-Libro El hacedor3 y de lo segundo «La escritura del Dios» de El Aleph.4 No hay duda que para Borges –narrador- lo inescrutable existe y es, por lo tanto, inescrutable, pero es un hecho que para éste lo real en la literatura – o en el lenguaje– es sólo su proyección, esto es, lenguaje. Así, toda construcción lingüística que intente hablarnos de lo real no será más que un esfuerzo imaginario o literario o ficticio. El cierre, me figuro, es el siguiente: si todo es literatura, la realidad también lo es. Aunque, y aquí va una de sus hierofantes paradojas: «El mundo, desgraciadamente, existe; yo, desgraciadamente, soy Borges».5
Advierto tres lugares en torno a la inventiva de borrar los límites entre la ficción y la realidad en nuestro autor. Iré de menos a más: el primero se relaciona con la estructura de la narración que comienza a la manera de un ensayo asertivo y concluye, precisamente, con lo que justo era, una narración, véase «El acercamiento a Almotásin» o «Tres versiones de Judas» ambos de Ficciones.6 El segundo atañe a la estrategia de mezclar autores, textos y situaciones «reales» con autores, textos y situaciones «irreales»: Platón con Juan de Panonia o los Evangelios a lado de Adversus annulares en «Los teólogos» de El Aleph.7 La tercera forma, que es la que me parece más sugestiva, es aquella que logra abismar al lector, que lo arroja, digamos, a la vacilación presencial. En ésta el yo del lector que se supone «real» termina, al cabo de algunas horas de lectura, dudando de tal condición. Me explico: textos como «Las ruinas circulares»8 donde el protagonista descubre que es una creación de otro o en «Alguien sueña»9 en el que alguien sueña que alguien sueña, es inevitable que a partir de su lectura se desgaje la espantosa pregunta: ¿Y yo de quién soy artificio –o sueño-? Juzgo, como lo supuse antes, que la separación/unión de lo ficticio y lo real logra su más acabada exposición en la medida que hace que el lector, existencialmente, se sienta implicado. Cito y cito a Borges:
¿Por qué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las mil y una noches? ¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote y Hamlet espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios.10
La justa dimensión de lo humano, como humano/producto, como humano/otros, como humano/reflejo. Somos ¿Qué somos? Un relato más de los millones y millones que nacen, transitan y se van.
El libro absoluto: el tiempo absoluto, el espacio absoluto. La expresión holista: el Tetragrámaton. Sin embargo, al mismo tiempo, está el vademécum o el enunciado espurio que de manera perenne miente. De acuerdo: la escritura es un reflejo de lo real, pero también no lo es. Lo indeciso es lo real. Soy ese que se ve en el espejo y no lo soy. Soy vacilación. Soy ficción. Soy Dios. Soy nada. Todo es, en síntesis, un no saber/saber: un artificio.
El personaje…
Construir un personaje de sí mismo es, en efecto, otra pericia del argentino. La artimaña literaria –y filosófica- de montar un Borges en la obra insiste sobre lo mismo: disolver el linde entre lo real y lo ficticio. Cito, hasta el mareo, a Borges:
Yo me fui tranquilo a mi rancho, que estaba a unas tres cuadras. Ardía en la ventana una lucesita [sic], que se apagó en seguida. De juro que me apuré allegar, cuando me di cuenta. Entonces, Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sabía que cargaba aquí…11
Borges –el narrador- menciona a la manera de apóstrofe a Borges –personaje- ¿Qué ocurre aquí? La realidad –el Borges que escribió Historia universal de la infamia– se entromete en el mundo imaginario –del Borges de «Hombre de la esquina rosada»-. Entonces Borges –autor- puede ser un personaje imaginario y Borges –personaje puede ser un sujeto real. Luego, lo real es el artificio y el artificio es lo real. Mutuamente, digamos, se comunican: uno a otro se degrada…
Dejo a un lado al Borges de «El Aleph» o al de «La forma de la espada» para cavilar en torno al Borges de «El otro» de El libro de arena.12 Parto de una extraña perogrullada: el relato no es un asunto autobiográfico es más bien una narración fantástica, el asunto es autobiográfico no es una narración fantástica, el asunto ni es autobiográfico ni es fantástico, el asunto es autobiográfico y es fantástico. En suma: el asunto es todas las posibilidades. O sea, estamos ante senderos que se bifurcan. Hay un Borges/personaje que se encuentra un Borges joven –que es un sueño de un Borges/real, que es escrito por el Borges/autor, que son leídos por un sujeto, que en ese instante es, también, Borges.
El nosotros…
¿Quién soy yo? ¿Qué me constituye? ¿Cuál es mi verdadero rostro? Yo soy la suma de todas las miradas que me han visto. Me constituyen todas las voces que me han hablado. Mi rostro es los otros. Yo soy todos. Yo soy nadie. Mi singularidad la miro tanto avasallada por lo infinito como alimentada por él. De nuevo y de nuevo Borges:
La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y nadie.13
Antes y después. Muchos y nadie. ¿Quién está detrás de Borges? ¿Borges? ¿Cuál de todos? Nadie está de tras de él. Todos somos él. Borges y nosotros somos una sola persona. Todos los humanos somos una sola persona. Todo el planeta es una sola persona. Todo el sistema solar es una sola persona. Todo el cosmos es una sola persona…
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Referencias
1 Vid. Jorge Luis Borges, «Borges y yo» en El hacedor, Alianza/Emecé, Madrid, 1986, pp. 69-70.
2 Vid. Carlos Fuentes, «Jorge Luis Borges: la herida de Babel» en Rafael Olea Franco (ed.), Borges: Desesperaciones aparentes y consuelos secretos, El Colegio de México, México, 1999, pp. 293-312.
3 Op. cit., pp. 43-44.
4 «La escritura del Dios» en El Aleph, Alianza/Emecé, México, 1989, pp. 117-123.
5 Jorge Luis Borges, «Nueva refutación deltiempo» en Otras inquisiciones, Alianza/Emecé, Madrid, 1993, p. 187.
6 Vid. Ficciones, Alianza/Emecé, México, pp. 37-45 y 175-183 respectivamente.
7 Op. cit., pp. 37-48.
8 Vid. Ficciones, op. cit., pp. 61-69.
9 Vid. «Los conjurados» en Obras completas, t. III, Emecé, Buenos Aires, 2007, pp. 562-563.
10 «Magias parciales del Quijote» en Otras inquisiciones, op. cit., p. 55.
11 «Hombre de la esquina rosada» en Historia universal de la infamia, Alianza, Madrid, 1996, p. 107.
12 «El otro» en El libro de arena, Alianza/Emecé, México, 1990, pp. 7-14.
13 «Everything and nothing» en El hacedor, Alianza/Emecé, Madrid, 1986, p. 61.