Hay puntos de encuentro que convergen como el cauce de un río: de una manera natural y que casi pareciera que no podía ser de otra manera. Virginia Woolf que se posiciona como una de las madres literarias que nos muestran el camino con una antorcha en la mano, que nos invita a dudar de todo, a responder a las interrogantes más irónicas y a ver el mundo con ojos saturninos, que pueden o no desembocar en sentirnos ahogadas y con piedras en los bolsillos.
Virginia Woolf es resistencia en un mundo de varones, es poesía y monólogo interno en un entorno novelado en el que no se permitía a las mujeres ir más allá de la plaza por flores y a preparar los cotilleos de la semana, es un ceño fruncido que se opone a no tener nada qué decir de la guerra, las rentas y las bibliotecas, también es la más crítica de las críticas consigo misma y la más triste de las amantes que dejan una carta de despedida.
Virginia Woolf es novela, cartas, diarismo y ensayo, es la luz de una lámpara y los niños que corren a la orilla del río, es Orlando que se transforma y la luz que entra a través de la rendija, es polilla expectante y lectora, de su tiempo, de sus contemporáneos, de los clásicos.
Redoma, por otro lado, es vasija, contenedor y vertiente, conjunción de las palabras y los pensamientos que convergen en las mismas páginas de una revista. El ojo crítico que no calla, al que le salen dientes, pero que también besa el amor por la literatura y que camina por el hermoso sendero de la docencia que ya no se encuentra sólo frente a un pizarrón, sino que ahora viaja con mochila en la espalda a través de los algoritmos del Internet y la resistencia del papel impreso.
A dos años de celebrar los cien de la publicación de La señora Dalloway mi querida alma mater, la Unidad Académica de Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), le hace un homenaje a Woolf en Redoma con la colaboración de la colectiva Plumas del desierto, por lo que de alguna manera ese cauce del que hablaba más arriba lo comprueba.
Plumas del desierto es la resistencia de las mujeres que habitan el mismo espacio –el virtual o el físico- para resistir a través de las palabras, porque se acabó el tiempo de hablar con murmullos, a menos que una así lo prefiera, porque no hay manera más tangible, firme y constante de plantarte frente a la marea que sentarte ante un monitor, pluma o nota del celular para sentenciar que no basta con dejar nuestros escritos debajo del colchón, o en un baúl impenetrable, que la resistencia está en reconocernos, divulgarnos, leernos y escribirnos entre nosotras.
Es así que en este hermoso proyecto convergen caminos de vital importancia para mí: Virginia Woolf como representante de aquellas mujeres que se convirtieron en mis madres literarias, Redoma como una muestra de lo mucho que tiene que ofrecer mi casa estudiantil –y en el que pude afianzar mi amor por las palabras, las mías y las de los demás- y las Plumas del desierto como esa comunidad de mujeres para mujeres que están dispuestas a rasparse la rodilla y a quemarse los ojos para resistir a un mundo sistémico en el que se ha querido acallar la voz de las sibilas. Resistencia Pura.
Los invitamos, estimados lectores, a prepararse una taza de té negro y aprovechar los días lluviosos, a salir a caminar de lado A al lado B para observar con ojos de Clarissa lo que pasa a nuestro alrededor, pero sobre todo los invitamos a sentarse y leer esta probadita de Redoma en El Mechero, porque también este suplemento es la prueba de que el incendio se propaga y nuestros profesores supieron inflamar la pequeña mecha del amor juvenil por la literatura.
El amor por las letras permanece en este número y, para muestra de ello, tenemos la colaboración de la incendiaria Daniela Albarrán, quien nos habla de la importancia de las palabras en las redes sociales, lo difícil que se nos ha vuelto la concentración para leer y escribir y lo desbordante –y hasta agobiante- que se puede volver porque “La imagen se olvida, el texto permanece”.
Además, Ezequiel Carlos Campos nos trae su columna sobre la importancia de “Los cuadernos del escritor”, para los autores, la literatura y sus lectores: las anotaciones, las celebraciones y el diarismo, el lugar seguro para darle rienda suelta al hilo de los pensamientos, a los monólogos internos y los debates con uno mismo, incluso el punto de partida para los proyectos y la importancia de la escritura y del proceso de ésta de una manera más pura, sin las pretensiones – y sí- literarias.
De igual forma, nuestro coterráneo J. Luis Carvajal nos cuenta la experiencia que tuvo al leer Con amor de cardo de Andrea Esparza Navarro y el reflejo de la voz fuerte de una chica pequeña, que ahora ha crecido. También en El shot de color, Óscar Édgar López nos escribe sobre “El encanto de las bardas desconchadas” y la obra de Nattus Braver.
Asimismo, en interiores, les presentamos una voz nueva, fresca y sin miedo de quien tiene la juventud en sus manos: Olivia Baranda nos dice que “Todos somos pequeños cuando nace una leyenda”, un texto sobre el trap y los miedos de perderse en un estacionamiento gigante de un supermercado. Porque hablamos de generaciones y romper las tradiciones, Israel Sierra nos trae “La fragilidad de lo que creíamos cierto”, el compromiso de los jóvenes de hoy y el choque cultural que ocasiona con quienes fueron jóvenes en otra temporalidad.
Porque no podía ser de otra manera les dejo la precisión de nuestro querido Sergio Pérez Torres, quien nos invita a un viaje a través de sus versos y con su poesía nos muestra en la mirilla que “hay una senda larga en estos pedazos de mundo” y que nos pregunta en el oído “¿Toda el agua viva que lo habita/ no levanta su tristeza hecha olas y sal/ porque le falta todo el mar para no morir?”, una interrogante que, a pesar de pertenecer a un mundo poético distinto, de alguna manera nos lleva también al agua que habitó Virginia Woolf.
No lo olviden, juntos ¡incendiamos la cultura!