Por Daniela Albarrán
Hay un trend en Tik Tok con la canción de “Primera cita” de Carín León que dice “A las semanas de iniciar con la aventura / se nos hizo miel la luna y un concierto pa’ Tijuana / Era prohibido, era imposible / Pero hicimos lo que se nos dio la gana”, en el que se ven a varias parejas presumiendo su “amor prohibido”. Traiciones, engaños e infidelidades de las más variopintas, sin embargo, ninguna historia, por más descabellada que sea, podría parecerse al amor prohibido que narra Cristina Peri Rossi en su novela Todo lo que no te pude decir.
Y es que en el trend se pueden ver historias prohibidas socialmente, que la diferencia de edad, que tal se casó con la esposa de su hermano y un largo etcétera, pero qué pasaría si el amor está prohibido desde la biología, por la diferencia entre especies. Y es que, aunque la uruguaya nos habla de algo tan primigenio como es el amor, lo hace desde el amor que se le puede llegar a tener a un animal, más allá del sentimiento de protección u orfandad que pueden llegar a provocar los animales, sino más bien desde el amor y el deseo que se le puede tener a una pareja.
Al clásico y trepidante estilo de la novela policiaca nos enfrentamos con Fonseca, un inspector que tiene de pronto que averiguar el caso de una pareja de chimpancés jóvenes que se escaparon del zoológico y ahora están desatando una locura en su ciudad. En un primer momento, uno necesariamente lo relaciona con esas películas hollywoodenses, como El planeta de los simios, pero nada más alejado de la realidad.
El texto nos propone varias formas de ver el amor, primero desde esa pareja de simios. Ambos guapos, según la voz de Fonseca, y nos va a adentrar a la psicología de estos gigantes, lo que comen, sus gustos particulares como que les gusta arreglarse y verse bien y, sobre todo, más allá del natural apareamiento para preservar su especie, nos muestra que son animales que pueden enamorarse, cuidarse y protegerse como cualquier otra pareja.
Hasta ese momento, en el relato, se nos muestra que los animales también pueden amar como cualquier otro ser humano, pero luego la escritora nos interrumpe, quizá muy abruptamente a otro relato, a otra postulación del amor ya no tan romántico, ¿qué sucedería si el amor animal trasciende a lo humano?
Con Suárez, un personaje que ama a los chimpancés, y que ha dedicado su vida a su estudio, su preservación y su cuidado; sin embargo, ese amor, combinado por su soledad, lo pone a prueba, y comienza a ver a una chimpancé joven y fértil (la que se escapó del zoológico), en algo que quizá no es un objeto de estudio, si no de deseo.
En este punto, somos partícipes de las relaciones sexuales que mantiene Suárez con la chimpancé y la autora nos obliga a cuestionarnos, por ejemplo, ¿se considera abuso sexual tener relaciones con una chimpancé?, o si de verdad es amor lo que ellos dos sienten, o si por el contrario esa relación no es otra cosa más que la demostración de la animalidad a la que puede llegar el ser humano, y que de hecho no hay tanta diferencia entre los animales y nosotros.
Y es que pareciera que todo el libro es un recordatorio de que eso que conocemos como amor puede desatar la animalidad más baja del ser humano al relacionarse con animales, pero también con otras personas desde un sistema de poder en el que una de las dos partes siempre es la víctima.
Pero, sobre todo, nos ayuda a comprender un poco cómo se relacionan la mayoría de los hombres, desde un lugar en el que el abuso, la violencia e incluso la manipulación parecieran ser una muestra de cariño. “Quizás los hombres están enfermos. Quizás estén enfermos de soledad, quizás todos son autistas, incapaces de comunicarse verdaderamente, y prefieren una cosa, una cosa o una hembra de chimpancé porque todo es más simple, más sencillo, más primitivo”.
Peri Rossi nos hace pensar, asquearnos y, también, en el fondo, enternecernos frente al amor que profesa la chimpancé, y sentir todo lo que un amor terrible puede llegar a provocar, o como lo diría el bardo Lawrence Durrell: “Terribles son los rostros del amor”.