Por Alberto Avendaño
La poesía mexicana contemporánea se define por los premios; lo que los escasos lectores de poesía buscan leer son libros premiados, son muy pocos los libros que no tienen un premio e interesan al público. Las instituciones le han hecho tanto daño a la poesía en el país que son ellas las que definen lo que hay que leer, la estrategia es ofrecer dinero y publicación a los ganadores de los certámenes y es que ¿quién no va a querer unos miles de pesos extra? Pero también está la otra parte, la mayoría de lo que se premia nadie lo lee —a veces pienso que ni los jueces—, miles de libros quedan arrumbados en las bodegas de instituciones culturales, enmoheciendo, ni siquiera esperando a su lector, simplemente estorbando. Hay poetas que cada año se ganan uno o dos premios, conocen la fórmula para atrapar al jurado rápido. Imaginen ser juez de un premio de poesía en el que se tiene un mes para leer 300 libros, ¡es imposible! Entonces, lo que sucede, es que se lee un poema de cada libro (eso cuando bien les va, a veces yo creo nomás se tocan la mitad o menos de los libros participantes), se medio comprende, si gusta se leen otros poemas y ése es el primer filtro. ¿Cuánto libros geniales no se desperdiciarán en esta arbitraria selección?
La tendencia es hacer libros monotemáticos, casi siempre inspirados en una personalidad histórica (casi siempre del arte o la ciencia), en los que se combinen los chascarrillos personales con la biografía verificada de quien trabajamos en el libro, dando como producto un libro igual a otros tantos que participan en la misma convocatoria. El jurado verá cuál es el menos feo y dirá “este merece los cien mil baros”, te llamarán por teléfono y a ratos creerás que ya eres un poeta importante, pero también a ratos te entrará la duda de si lo que escribes realmente vale la pena. Pero no todos los libros premiados son malos, incluso no todos los libros monotemáticos biográficos son malos, los hay muy buenos, pero la verdad yo tengo mucho tiempo esperando con ansias a que muera esta tendencia, incluso a que mueran los premios (aunque mientras haya seguiré participando).
Me he dado cuenta que los países con mejor calidad poética en América son los que tienen pocos premios y becas, y es que la necesidad de creer más por la experiencia metafísica que provoca que por el reconocimiento y dinero es lo que da la mayoría de los buenos libros. Se dice que escribir es un acto solitario, cosa que yo creo ha de pasar en otros países, porque aquí en México es más bien un acto colectivo, lo que se lee no sólo es premiado, también es producto de tutoras patrocinadas por el estado. Yo pienso que mientras el estado regule la poesía viviremos un estancamiento del que será difícil salir. El estado es quien nos dicta cómo hay que escribir y sobre qué escribir, si bien no nos lo dice al oído, sí lo hace ofreciéndonos un dinero chingón. Alguna vez leí en un poeta colombiano “¿a los cuántos premios uno se vuelve poeta?” Nadie lo sabe, ni los mexicanos que pecamos de comodidades exageradas.