Óscar Édgar López
Cuando conmigo quiero estar a solas, contarme un secreto o respirar mi aire, acudo a mi rincón favorito y ahí, mirando a la pared, dialogo con las sombras, le hablo a la desconchada escayola, platico con el húmedo adobe, le susurro muy quedo a la pintura vieja; luego saco del bolsillo un clavo y raspo mi nombre con una “y” atado al tuyo, en romántico presagio, los dos cobijados por un corazón chueco y desnutrido.
Las tapias, los rincones y las bardas ejercen, en muchos, una seducción fetichista, tan dulce como extraña, porque no es vocación de arquitecto ni oficio de albañil, sino pasión por un paisaje de concreto, donde las formas nacidas del azar y de la mano del tiempo se muestran ante el cautivo como infinidad de bosques, montañas y arrecifes. Las paredes descascaradas, las que muestran el vestigio de otras manos de pintura, las más atrevidas que enseñan los ladrillos, nos aportan cierta sensualidad y muchos datos de nuestra historia. Hay ejemplos extremos, como el de la joven sueca Eija Riita Berlin Mauer que celebró su boda con el Muro de Berlín en 1979.
Contemplar a luz cuando la absorbe el adobe, verla brillar contra el cemento, dar con tres pelitos de alambre en una esquina, encontrar el fresco refugio del hormigón, oler a la lluvia sudada de los ladrillos. Quizá mi fetichismo se antoje extraño, sin embargo, algunos artistas han elegido llevarnos por estos territorios, la pintura matérica de Antoni Tapies, los ensambles de Kurt Schwitters y algunas obras de Alberto Gironella, tratan la cuestión de las texturas y su indisociable vinculación con las emociones humanas porque son los escenarios en donde viven las personas, aun en la ruralidad encontramos bardas de piedra bola y techos de paja; las casas y construcciones en las que hemos decidido que suceda la existencia, transcurren en el tiempo unidas a nosotros como un “otro” que a su vez nos conforma.
El artista Juan Aron Valenciano (aka. Nattus Braver), suele hablarnos desde este encanto de lo tangible, y aunque también es un excelso dibujante figurativo, su pintura concreta, como la que aquí mostramos, parece que pretende solazar a nuestro espíritu con sus formas provenientes de objetos comunes: huacales del mercado, chapas de refresco, arena y pintura de pared, que al ser recompuestas sobre el plano no disuelven su ser original, sino que lo trascienden desde ellos mismos; estos objetos no cambian su espectro ontológico, sino que se vinculan con el espectador justamente desde lo que son: huacales, chapas, arena y pintura, siendo nosotros los que modificamos la percepción y hasta nos posibilita de viajar en la memoria: volver a acariciar las piernas de la novia de secundaria detrás del casino de la feria, beber una cerveza al amparo de un techo de lámina, recibir una inyección de penicilina entre los muros de tabla-roca en la clínica de la colonia, porque nuestra vida sucede entre tapias, rincones y escaleras.