FROYLÁN ALFARO
«El ser humano tiene por necesidad el deseo de conocer». Con esta frase abre Aristóteles uno de sus libros más reconocidos, La Metafísica. Su título tiene peculiaridades que podrían ser tema de otra discusión, pero por ahora quedémonos con la idea central. Uno de los grandes misterios que deseamos conocer, y al que los filósofos han dedicado incontables horas de reflexión, es el debate entre la libertad y el determinismo. En otras palabras, ¿está la existencia del ser humano predestinada o realmente tenemos el poder de decidir sobre nuestro futuro?
Tomemos, por ejemplo, el eterno retorno, un concepto popularizado por Nietzsche, pero que tiene sus raíces en antiguas cosmologías. Esta teoría nos presenta un universo que, tras largos ciclos, repite los mismos eventos de manera exacta. Si alguna vez has sentido un déjà vu, puede que hayas experimentado una breve intuición de esta idea: que el tiempo no es lineal, sino cíclico. Según esta postura, cada decisión que tomamos no sólo está predestinada, sino que la hemos tomado innumerables veces en el pasado, y la volveremos a tomar en el futuro.
Imagina, querido lector, que estás leyendo estas mismas palabras una y otra vez, en cada ciclo del eterno retorno. Si todo se repite exactamente igual, ¿queda algún espacio para la libertad? Cada elección que haces ahora, según esta perspectiva, ya la has hecho innumerables veces antes. Sin embargo, Nietzsche nos desafía a abrazar esta repetición. Si supiéramos que todo se repite eternamente, deberíamos aprender a valorar cada instante con una intensidad tal que incluso el momento más insignificante tendría un valor eterno. La libertad, entonces, no radicaría en escapar del destino, sino en aceptar nuestro papel dentro de esta repetición infinita y llenarla de significado.
Por otro lado, el escritor Jorge Luis Borges, en su célebre relato El jardín de los senderos que se bifurcan, nos ofrece una visión completamente distinta del tiempo. Para Borges, el tiempo no es ni lineal ni cíclico, sino que se ramifica en cada momento como un árbol de posibilidades infinitas. Cada decisión nos lleva a un sendero distinto, pero todos los caminos posibles existen simultáneamente, cohabitando en realidades paralelas. Ya no estamos atrapados en un ciclo interminable; más bien, estamos rodeados de un laberinto de potencialidades.
Esta visión es mucho más favorable a la idea de libertad. Si el tiempo es un jardín de bifurcaciones, entonces el destino no es un camino inmutable, sino una de las muchas rutas posibles. Somos, entonces, los arquitectos de nuestro futuro en cada elección. Aunque no podamos recorrer todos los caminos a la vez, la mera existencia de ellos reafirma nuestra capacidad de elegir. En este sentido, Borges sugiere que no hay un solo destino, sino una pluralidad de destinos, y nuestra conciencia es la que se encarga de seleccionar cuál vivimos.
Podríamos incluso imaginar una combinación de ambas visiones: una especie de red de eventos cruciales que se repiten eternamente, como en el eterno retorno, pero con bifurcaciones entre esos eventos, permitiendo la posibilidad de tomar decisiones que alteren el curso de cada ciclo. De ser así, nuestra vida estaría determinada en sus aspectos fundamentales, pero aún tendríamos libertad en las decisiones cotidianas.
Al final, no podemos saberlo con certeza. Pero, usted lector, ¿cómo prefiere enfrentar la vida? ¿Asumiendo que estamos determinados o creyendo que somos libres para elegir nuestro destino?