MARTÍN GALVÁN
Recostado sobre tu cama y las dos almohadas que forman una especie de pequeña escalera debajo de tu cuello, te dispones a descansar lo que resta del domingo. Tomas el celular para perder un poco de tiempo mientras en la televisión escuchas los comerciales, piensas en lo atiborrada que está la programación de esos anuncios, en tu rostro se dibuja una pequeña sonrisa al darte cuenta que por fin hay un momento de la semana en que puedes detenerte a pensar en algo que no sean las cuentas de tus clientes, números y números impresos que llenan el mueble que está frente a ti. Tus primeros dos años de contador auditor están siendo más tediosos de lo que imaginaste.
A través de la ventana se asoma el atardecer como un reloj de arena avisando que está por terminar la tranquilidad del domingo, al mismo tiempo ves con desinterés las publicaciones de Facebook de tus amigos y a lo lejos oyes las noticias vespertinas del canal siete. Entre las publicaciones y las noticias sientes que todo se repite. Imaginas que si cada domingo te dispusieras a descansar, seguramente no serías más que un Sísifo recostado. La vaguedad de ese pensamiento de algún modo deja un pequeño hueco incómodo en tu pecho.
Inmerso en esos segundos de incomodidad que encubre la sombra de una existencia absurda escuchas el sonido de la puerta de tu recámara, que se abre de manera abrupta.
―¿Puedo?
―Claro, ma ―tratas de disimular el descontento que su repentina entrada te provoca; piensas que tal vez no sea lo mejor discutir una vez más, menos ahora que ha tenido que salir a la calle a repartir propaganda de su negocio de comida cargando aún la tristeza de la separación con tu padre meses atrás; al ganar él la diputación creyeron que tenían la vida resuelta, nada más alejado de la realidad. ―Pasa.
―No, no. Sólo vengo a despedirme, voy al local por más folletos ―ves en su cara la preocupación de no encontrar la forma de que su negocio funcione de mejor manera, quiere ocultarla, aun así sus ojeras, su pelo mal arreglado y su ropa mal combinada la delatan, sí, específicamente esos últimos detalles para tu madre son muy importantes. ― Sólo por favor de una vez ya ordena esos papeles, recuerda que entre tanto número también tienes parte de los anuncios que debo ir a pegar. ¿Cuántas veces te lo tengo que pedir?
Tu madre se despide azotando la puerta y deja tras ella un escalofrío que anuncia la llegada de esa sensación tan conocida desde que terminaste la escuela, que sube desde la espalda, trepa por la escalerilla de almohadas para posarse sobre tus hombros y susurrarte al oído: Ya deberías haber dejado tu casa, no puede ella con todo, comienzas a ser una carga, tu padre no los hubiera dejado casi en la quiebra si no hubieras dicho nada de su infidelidad. Este último pensamiento es el que más te atormenta. Tratas de ahuyentarlo y comienzas a ordenar: te paras sobre tu cama con las puntas cerca de la orilla, te alzas para alcanzar la caja que está en el mueble de la televisión, la tomas y bajas con ella, te vuelves a sentar y la colocas en la cama, la abres para ver qué contiene. Delante de ti, en el televisor, el noticiero sigue su curso. Luz y sonido irrelevantes envuelven tu recámara.
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Los primeros papeles saltan de la caja: Estado financiero Lic. Gustavo Hernández Hernández (2010); Declaración de impuestos Ing. Carlos Guzmán Pérez (2010); Estado financiero Tania Martínez Ochoa (2009). Más y más papeles laborales, mientras recuerdas los rostros de los clientes con quienes has trabajado emerge tu título universitario: La Universidad Autónoma de Zacatecas “Francisco García Salinas” otorga el Título de LICENCIATURA EN CONTADURÍA a: GONZALO MUÑOZ LUNA, lo observas algunos segundos con un poco de nostalgia.
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―¡Por fin los folletos del local! ―te alegras al encontrar la propaganda que necesita tu madre: ¡Te esperamos en el Rincón azul! A partir de las diez de la mañana te ofrecemos: gorditas, burritos, molletes y quesadillas ¡Ven y conócenos, te esperamos en calle…
Información al momento: se reporta el presunto secuestro del licenciado Gonzalo Muñoz, hijo del diputado Octavio Muñoz; fue privado de su libertad en la esquina de calle Reforma con Francisco Mina, en el centro de Fresnillo, Zacatecas; al parecer conducía un Nissan Altima 2007 color blanco. El video de vigilancia de una zapatería ubicada en la calle Mina muestra cómo dos camionetas Suburban negras cierran su paso, un sujeto armado baja de una de ellas y apunta sobre él para bajarlo del coche.
Escuchas esas palabras a lo lejos, tus pupilas se dilatan, la saliva que contenía tu boca pareciera haberse evaporado dejando tras sí un cuenco seco por el cual el aire entra y sale por su propia cuenta, tus brazos caen y sueltas las hojas, ves la pantalla con los oídos aturdidos: Es tu carro, te ves saliendo del coche encañonado por un sujeto vestido de negro, un chico que no distingues grita y te apunta mientras te llevan, tu madre en la esquina próxima pega los folletos de su negocio ¡Tu madre! ¡Claro que es ella! ¿Pero qué es esto? Tratas de razonar lo que acabas de ver, en la obnubilación en la que te encuentras quieres creer que es una mala broma, o que tal vez la culpa sentida minutos atrás está provocando una suerte de alucinación.
Con tus trémulas manos tocas la cobija de tu cama, tal vez todo vuelva a la normalidad al seguir con tu tarea de ordenar. Tomas los folletos que tiraste al suelo, empiezas a jadear y sientes cómo las lágrimas galopan hasta tus párpados al ver que lo que levantaste son boletines de búsqueda con tu cara y tu nombre: Se busca: Gonzalo Muñoz Luna. Cualquier información será recompensada.
Al final el número de teléfono de tu madre para contactar. Un quejido ahogado sale de tu boca, la posibilidad de moverte o de correr escaparon, comienzas a sudar, tus piernas están heladas, las rodillas no responden, eres sólo un amasijo de carne y terror. La disociación comienza a ceder.
***
―Entre más rápido llegue al local más pronto acabará esta pesadilla ―piensas mientras conduces hacia donde debería estar tu madre. ―Todo estará bien, sólo debo llegar al local ―lo repites una y otra vez tratando de controlar la respiración.
Llevas en la mano derecha, apretados contra el volante, los boletines de búsqueda. Los avientas al asiento del copiloto. El sudor que emana de tu frente empieza a caer por tu nariz. Las venas sobre tus sienes pálidas ahora son bajorrelieves que contrastan con la negrura de tus ojeras. Conduces hacia la calle Lázaro Cárdenas.
―¡Mierda! ―gritas al ver que la mitad de la calle está abierta, levantaron los adoquines para así reparar el drenaje. A pesar del tráfico era el camino más rápido hacia el local. ―Tengo que dar vuelta por la Reforma y seguir hasta topar con la Morelos ―dices entre dientes para tratar de bajar un poco tu tensión y no caer en desesperación.
Volteas a los lados y ves en los postes de luz boletines de búsqueda. ¡Tu cara está por todos lados! Los latidos vuelven a aumentar, los escuchas por todo tu cuerpo, cada vena, cada arteria es testigo del pánico que te invade. No hay en ti ningún resquicio para la tranquilidad. Boletín tras boletín, tu cara en cada hoja, en cada poste, en cada esquina. Conduces sobre la calle Reforma, a tu derecha ves a César, excompañero de la universidad, crees con una esperanza pueril que él es quien te puede regresar a la realidad, que al saludarse te reconocerá y le gritará al mundo que estás bien, que pueden dejar de pegar tu cara por toda la ciudad. ¡Que por piedad dejen de buscarte!
Frenas y bajas la ventana del lado del copiloto para saludarlo y decirle que estás bien. Te regala una gran sonrisa, te alivias por un momento, hasta que te percatas de que su cara se transforma y horrorizado te señala con el dedo índice, volteas a tu izquierda, de reojo ves a tu madre pegando propaganda, tu cara junto a su número telefónico. Ves al mismo tiempo dos camionetas negras cerrándote el paso.