Por J. Luis Carvajal
Si me preguntan por qué leo poesía zacatecana si no he visto sus cielos crueles ni he caminado por sus tierras coloradas, respondo que es culpa de mi sangre judía. Habituado al exilio, no sueño con volver a mi tierra nativa: prefiero auscultar su voz a distancia, desde la ausencia. Por eso fue tan emotivo descubrir acá, en la biblioteca de The University of New México, un empolvado acervo de libros remitido por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Al repasar los títulos (la mayoría predecibles) un pequeño volumen me atrajo por sus pastas verdes y su amargo título: Con amor de cardo de Andrea Esparza Navarro (UAZ/Ediciones de Medianoche, 2007): el debut poético de una estudiante de la preparatoria, nacida en Fresnillo en 1989 y formada en el Taller de Crítica y Creación Literaria de la UAZ.
El hallazgo me intrigó desde un principio por la edad de su autora al momento de publicarlo. Prejuiciado, creí que el libro hablaría sobre las experiencias, los deseos y las inquietudes que atribuimos a la famosa “edad de la punzada”: ese umbral de crisis entre la pubertad y la edad adulta. Me equivocaba. Los versos de Esparza Navarro develan una visión del mundo turbia pero coherente, que carece de edad y que se expresa con una voz madura, afianzada por una tradición muy específica. Poe, Baudelaire, Sabines, Lovecraft, Borges y (sobre todo) Alejandra Pizarnik, son aludidos por una poeta que se describe sin piedad y sin dejar de sonreír: “me sospecho cobarde / frente a la cierva soledad / traicionera con el labio que me agravia / y aún deseosa / de incitar a mi cancerosa alma / a ser bella amapola / en el jardín de la metáfora”.
A lo largo de sus cuatro partes (“Camino a Babel”, “Danzan larvas”, “La cabeza del obseso”, “Amo en óleo de odios amo con frenesí”) el libro asombra por su precoz erudición, por su ritmo irregular y por la melodía de sus imágenes, orquestadas en tonos melancólicos, serenos o iracundos: “¿no escuchas? / que de ala en ala se construye la virilidad / detrás de cada cuento sentado en un plagio / tan suave tu mandíbula / contorsionándose al son de mi genealogía”, clama en un poema que concluye con una enconada alusión lopezvelardeana: “que el fémur de tu hormiguero corra frágil / en mi mudez / y que tu mensaje forje una temporada / para los desgraciados”.
Lejano en tiempo y en espacio, desde esta torre en Alburquerque donde leo, cierro los ojos y repaso los paisajes, los azoros, las emociones que me ha inducido esta joven poeta, mi distante paisana, que ahora es doctora por el Colegio de México y que no ha vuelto a publicar otro libro de poesía. Trato de imaginarla mientras redactaba sus versos, mientras releía a Alejandra Pizarnik, o mientras comparaba su destino con el de Penélope, no por ser fiel, sino por anhelar el naufragio. Al cerrar Con amor de cardo y escribir estas líneas, me siento como un viajero sonámbulo que cruzó el desierto y despertó en Babel, con el corazón malherido por los cardos.