SARA MARGARITA ESPARZA
El discurso poético noticioso del que parte la obra de Raúl García Rodríguez permite al lector, acucioso o no, leer el aquí y ahora del que parte la poesía, es decir el rescate de lo perecedero, de lo novedoso, de lo actual, cualquiera que sea, ya pasado, nota ya quemada. Con la rapidez que se mueve el mundo y la información, mas no el conocimiento ni el deleite. Grolar es clarividencia del presente, retorno a la historicidad del paso del hombre sobre lo más natural y su evolución necesaria: nacer y crear se envuelven en un mismo plano creativo, el acto mismo donde emerge el poema. El poema colisiona con García Rodríguez al enfrentarlo a las palabras infancia, madurez, ancianidad; evolución del lenguaje, así como en las especies.
El poema sin tiempo, porque no le pertenece a uno, sino a todos. La mancha de tinta, unas veces carente de color, otras indescifrable ante el borrón intempestivo del que no atina a expresar, otras con un alma sorda plena de blancura. El poema que se presenta como pitanza ante el falto de apetito, o albor ante el que cierra los ojos frente al mar en el amanecer les clama al oído a los detractores del instante: Treinta y cuatro años en su especie/ equivalen a varios siglos/ en la ciudad más contaminada de América… y “podría jurar que aquel hielo era real,/ podría jurar que algún día fue feliz,/ podría jurar que una vez me siguió con la mirada/ como los muertos desde el cautiverio de un retrato/ como el pasado remoto/ desde una pintura rupestre”. Y aún más con: Adelanté mi llegada media estación de otoño,/ aún había cantos verdes en el limonero// Nunca ocurre cosa similar/ con el arribo del último día// Ya ni pensar en difuntos prematuros,/ los suicidas son impuntuales/ Aunque se intente, no puede adelantarse/ el surgimiento de las hormigas.
Grolar es ese efebo que no comprende las palabras del precursor mientras las escucha, pero que serán comprendidas y abrazadas en la madurez del mismo que las recobra con honestidad en el alma, un renacer y remitir sin tener un significado. Es, además, la prosodia del significante sin significado. Las manchas de sangre desvanecidas en negrores que deja la huella del presente están en los poemas y más aún en los derroteros que dan pista del sendero poético en el que dilucida García Rodríguez, no sin recorrer lo espeso y ancho del imaginario, pero también de lo vivido. Las imágenes se agolpan en cada verso para llevar a un clímax inusitado, esperanzado en un cambio, en un actuar desde el tecleo de su itinerario. Los retratos destilados en cada palabra dan consigo el quehacer de la teosofía del periodista. La búsqueda silenciosa de una respuesta más allá de los informes infames de la oficialidad. El ritmo cortado al ser pronunciado, casi sin puntuación, y casi sin aliento, pero en espera de un grolar en cada rincón. La hibridez entre especies es trascendencia, esperanza frente a la mutación del mañana, siempre del mañana. Cada nota es la pauta para un posible poema. Grolar es la evolución del lenguaje, lo hibrido, lo fugitivo y lo ausente por ser nuevo hasta ser destruido por la especie que se hace llamar “pensante”.
Fotografías: Facebook @Festival Cultural de Zacatecas