Hay dos cosas, entre probablemente muchas otras, en las que estoy de acuerdo con Atenea Cruz: toda escritura es en mayor o menor medida autoficción y la literatura escrita por mujeres se está posicionando como nunca antes y en gran medida eso sucede porque, como lo dice ella y lo pienso también yo, las lectoras exigimos a los monstruos editoriales los espacios que nos corresponden, ya no hay duda ni titubeos, tampoco son ya peticiones, sino que se arrasa con las convenciones y se toman los espacios.
Escribir del yo, vestir nuestra vida con disfraces que opaquen la vista y distorsionen la desnudez que sentimos ante la incomodidad de la exposición. Ten un poco de carmín, le decimos al desgarro de sabernos arrojados y posiblemente menos de un puñado de personas sabrán lo que significa aquel verso, frase o palabra que tanto nos costó mantener, y que ahora va por el mundo caminando como en una pasarela presumiendo la boquita roja.
Leer a Atenea Cruz se disfruta: una escritora describe, con ironía y sarcasmo, las aventuras y desventuras de mujeres-personaje, si alguien puede convertir un hecho cotidiano en una amalgama de actos extraordinarios es nuestra autora, quien lo mismo divierte a los lectores con sus cuentos sobre cerdos, deficiencias del sueño o experiencias maritales, como con una plática frente a un foro lleno de jóvenes, un diálogo sobre los gatos y las casas en uno de los bares de confianza o a través de sus redes sociales. ¿A qué voy? Atenea es una mujer auténtica que se decanta por no dejar de ser ella, aunque maquille la novela para no aparecer directamente, o no tanto, aunque al final de cuentas sea ella la protagonista o la testigo del transitar por la vida en un mundo donde la risa y el ridículo son más placenteros cuando se le ha tomado el gusto.
En un mundo donde el sistema se ha comido durante siglos los nombres de las escritoras, celebro la testarudez de mujeres como Atenea, quien nos invita a consumirnos entre nosotras y nosotros, como escritores, como artistas, como amigos: leernos y acompañarnos, comprarnos y obsequiarnos, pero en el proceso no dejar de ver aquellos encuentros que permitan la continuidad de las publicaciones de las autoras, como un modo de resistencia, reivindicación y pago de la deuda histórica, porque después de eso, como lo dice Atenea, las obras se defienden solas, sólo es necesario que también se arrojen al mundo.
Atenea es una mujer de una gran sonrisa, con un oído entrenado para obtener las mejores historias y las mediocres convertirlas en algo extraordinario. La anécdota se convierte en la trama, incluso la plática casual te deja con el buen sabor de boca de que sonreíste y disfrutaste, porque yo, como Atenea, también disfruto de entretener y ser entretenida, también me posiciono en el yo y maquillo mis versos, disfrazo mis poemas para que se vea sólo a medias mi desnudez, pero –al final de cuentas− cuando escribimos de algún modo siempre lo hacemos de nosotros.
No lo olviden, juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero