Algunos de mis recuerdos favoritos son acerca de mi niñez: los mundos que creaba los días de lluvia cuando hacía casitas de lodo o dibujaba mis caricaturas favoritas, también los cuentos que hacía llenos de mi vida diaria disfrazada para que los adultos no supieran de qué hablaba cuando mencionaba dragones, caballeros o personajes de circo. Muchas veces imaginaba planetas en los que las brujas eran heroínas con escobas y gatos que hablaban; entonces, no eran quemadas en hogueras porque se respetaba su conocimiento del té de manzanilla para la tristeza o el de hierbabuena para curar los dolores de estómago.
Luego crecí y, aunque dejé de dibujar, continué imaginando al héroe que sí regresa a la silla que espera sobre el agua; me encontré con la literatura y con personajes poderosos que me hicieron llorar bajo el álamo que me cuidaba en las tardes vacacionales. Ahora, viéndome de niña, adolescente y adulta, puedo recordar a varios profesores alentándome a conservar la capacidad de asombro, a no quitarme los ojos de niña que se sorprende con la maquinaria perfecta de los bichos, a aprehender los colores del mundo condensados en un atardecer o en los verdeazules que brillan en la cama de agua del mar espumoso. La sinfonía más bella que he escuchado ha sido de grillos, por ejemplo.
Si algo agradezco a los artistas, por tanto, es que nos compartan el mundo desde los ojos de su niño interno. Con esto no me refiero a que el arte deba ser sólo para las infancias ni infantil, sino a que tenga en sí mismo la frescura de quien ve el ocaso por vez primera o prueba su comida favorita después de mucho tiempo, de quien observa las escaleras como un destino en sí y no únicamente como un medio.
Por eso hoy vengo, estimados lectores y queridas lectoras, a invitarles a buscar esa sorpresa en la exposición ¿Dónde andas, corazón? Porque los colores y las texturas que realiza José Esteban Martínez evocan un espejo surreal de una fiesta que se entrelaza con las ensoñaciones de personajes con cabello vibrante, con una cotidianidad lista para ser descubierta in fraganti.
La obra de este artista fresnillense tiene una sencillez aparente, pero detrás de cada trazo hay una historia que se prepara para ser descubierta y para que ustedes disfruten del proceso. Sean, pues, bienvenidos a esta fiesta, colóquense sus vestidos más divertidos y que comience el festín. Recuerden que esta exposición se encuentra en el Ex Templo de San Agustín hasta finales de marzo, hay tiempo, y no olviden que ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero