Por Katia Angélica de Loera Villagrana
Hallábame en una de mis cafeterías más recurrentes a eso de las seis de la tarde, rodeaba el borde de la taza con mis dedos, me incliné un poco y vi mi reflejo en el café. Tomé el libro de Virginia, que se hallaba cavilando a orillas de un río, me pregunté: ¿será que Virginia conocía la profundidad de los espejos al grado de ahogarse en el suyo?
Los reflectores en la antigüedad eran de materiales obtenidos directamente de la naturaleza, tales como la obsidiana pulida o vidrios recubiertos de plata, donde se reflejaban de forma nítida las personas. Siguiendo con esta última formación de los espejos, puedo llegar a entender las profundidades en las que se sumergió Virginia, y lo que en realidad implicaba hablar de ellos. Desde mi punto de vista, para ella era más complejo y hondo de lo que podríamos entender en sus obras.
Al congeniar con mi querida Virginia, tuve la idea de que los espejos son una alegoría aplicada a las mujeres, porque durante muchos siglos hemos sido usadas como reflejos para engrandecer la imagen del hombre, o al menos eso se relata en Una habitación propia. Con lo que no contaban los hombres era que las mujeres un día entenderían la fragilidad del espejo, y que podrían romperlo; es decir, al disminuir paulatinamente el tamaño de la silueta que proyectan los espejos, quedaría un diminuto hombrecillo asustado de la deconstrucción que sufre dicho objeto, por ende, giraría 180 grados hasta reflejar el poder que tiene el espejo mismo.
En palabras de Virginia: “Las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural”. Realmente qué tan grande es un hombre que requiere pisar y minimizar a su igual para sentirse poderoso y supremo. Aunque las mujeres hemos venido en los últimos años rompiendo con el patrón impuesto durante milenios —fabricar mediante las exigencias sociales reflectores funcionales y meramente ornamentales—, hoy en día nos falta mucho por romper, ya que, lamentablemente, aún existen muchas mujeres atrapadas en el dechado.
Debo decir que me asombra la cantidad creciente de formas que las mujeres han encontrado para liberarse del espejo, algunas en su atrevimiento de querer ser escuchadas se dieron cuenta de que, en su afán de seguir ejerciendo opresión y control sobre el espejo, los hombres son capaces de convertirse en las bestias más violentas y temibles: así lo sufrieron en carne propia las más de 146 obreras que alzaron la voz el 25 de marzo de 1911, cuando en el intento de ser escuchadas murieron calcinadas en una fábrica textil en Nueva York. Así como este hecho, hay innumerables ejemplos y, tristemente, muchos más antiguos, como el caso de Hipatia, quien siendo la directora de la biblioteca de Alejandría, una mujer altamente preparada, fue brutalmente golpeada, violada y asesinada por fanáticos cristianos, tachada de ser bruja y hereje.
O, si no les gusta ir tan atrás en la historia, recordemos que en 2012 una joven musulmana de quince años, quien deseaba que más niñas como ella tuvieran la oportunidad de recibir educación, a sabiendas que sus actividades de lucha por los derechos de las mujeres eran lo más riesgoso que se puede ver en su cultura, fue atacada en un intento de asesinato con un arma de fuego. Afortunadamente sobrevivió y hoy es referente de la lucha feminista a nivel mundial.
Si bien hemos citado un par de ejemplos de violencia física contra las mujeres, también pueden verse casos donde se ha usado una alta manipulación para perpetrar el reflejo que los hombres quieren ver en el espejo. Tal y como fue el caso de mi querida Elena Garro, quien por poco, debido a la manipulación de Paz, quema su obra más importante. Aunque Octavio logró el cometido de que el manuscrito fuese arrojado al fuego, su sobrino se percató de la terrible equivocación que Elena acababa de cometer y rescató el manuscrito de las llamas. Ella no estaba a la orilla de un río, estaba a la orilla del fuego a punto de quemar su preciado texto Los recuerdos del porvenir. ¿Se imaginan que ella no hubiera roto su espejo? Nunca hubiéramos leído esa maravillosa obra y no existiría hoy un premio “Xavier Villaurrutia” de 1963 a nombre de Elena.
Aterrizando, el espejo primigenio fue el agua misma, ya sea un lago, una laguna, o el río Ouse, teniendo tanto el poder de reflejarnos en ella como de matarnos. Cuando alguien arroja una piedra al agua, o peor aún, se llena los bolsillos de piedras, esta se perturba e inmediatamente la piedra se hunde, quedando en el fondo por siempre. Lo mismo pasa con las ideas impuestas por la sociedad: te perturban, te modifican, te alteran y eventualmente se hunden en tu mente. Pero, a diferencia de esta alegoría, nosotras mismas podemos sacar esa piedra (ideas impuestas por la sociedad que se sumergen en tu mente) de nuestros pensamientos y lograr evitar lo que Virginia no pudo: romper el espejo en lugar de ahogarse en él. Nuestro rol ancestral está cambiando, nos estamos deconstruyendo porque ya entendimos que podemos hacerlo: romper con la alegoría de los espejos.
Cuando veas tu espejo, recuerda con atención las palabras de Virginia: “La imagen del espejo tiene una importancia suprema, porque carga la vitalidad, estimula el sistema nervioso. Suprimidla y puede que el hombre muera”. Regresando a mi reflejo en el café, me gusta pensar que cada gota de agua, o cada vez que tengo la oportunidad de verme en cualquier superficie, una parte de Virginia está escondida en alguna partícula de todo lo que pueda considerarse un espejo, empujando a que cada vez más y más mujeres puedan romper sus propios espejos.1
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1 Redoma, Revista de la Unidad Académica de Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas, pp. 25-26.