Por: Ezequiel Carlos Campos.
Cuando la ficción adopta la omnipotencia de la realidad,
cuando comprobamos que nos hacen sufrir
tanto las ilusiones como la realidad, nuestros sufrimientos
pierden toda dignidad y todo consuelo.
Charles Maturin, Melmoth el errabundo
Cuánto no se ha reflexionado sobre la posición de la ficción en el mundo literario, específicamente en el proceso de escritura de una novela, por ejemplo. Mario Vargas Llosa especifica que la ficción sale de la realidad, crea un mundo de mentiras y al final regresa a la misma realidad, se integra en la vida de alguna manera en la que el lector o el escritor no puede controlar ni cuantificar. Desde este punto de vista, novelas como Madame Bovary se impregnan en el mundo real que vivimos, tanto así que Gustave Flaubert llegó a decir en sus correspondencias que su personaje era él mismo. Así, la ficción es un tipo de representación del mundo más allá de su capacidad de creación, en la que el escritor abre una caja de pandora de vivencias, recuerdos, sentimientos y logra que el libro, la historia, sea un cierto reflejo, una representación de sí mismo.
Stuart Hall, en el ensayo “El trabajo de la representación”, señala que hay dos procesos de sistemas de representación, en el primero se visualiza el sistema como evento que se correlaciona con un conjunto de conceptos mentales que todos llevamos en nuestra cabeza, y de esa manera coexisten objetos, gente o cualquier otro concepto. Y añade: “Sin esas representaciones mentales no podríamos de ningún modo interpretar el mundo”. La literatura se construye de esas representaciones que el escritor plasma en sus escritos, por lo que el lenguaje, un proceso de representación de imágenes o conceptos, logra conjuntar distintas nociones del mundo que percibimos, conocemos, aquellas que no hemos visto, las abstractas o que no se han inventado. La historia de la literatura está basada en ese tipo de conceptos percibidos o no, que hacen de las historias dignas de las grandes obras jamás escritas, como el cielo, el purgatorio y el infierno en La divina comedia de Dante Alighieri, las Crónicas marcianas de Ray Bradbury o todas las historias de ciencia ficción que nos ha legado este género.
El otro proceso del sistema de representación que nos explica Hall, es el que hace referencia a la construcción de correspondencias entre un mapa conceptual y los conjuntos de signos organizados en el lenguaje que lo representa, tomando al lenguaje como signos organizados en relaciones y que solamente tienen sentido cuando se poseen los códigos que se permite traducirlos. Estos mapas conceptuales, explica Hall, pueden ser todos los objetos, gente y eventos que se correlacionan en las representaciones mentales que tenemos en la cabeza. Sin ellas no se podría interpretar el mundo, ya que el sistema de conceptos e imágenes de éste que se forman en el pensamiento es nuestra manera de verlo, interpretarlo. De esta forma, los conceptos de nuestro mundo, al ser llevados al ámbito de la ficción, se convierten en una correlación entre la historia, que podríamos llamar el libro, y el lector, en donde para que la historia puede ser entendida el lector debería tener un mapa conceptual similar al del autor y así mostrarse la representación del mundo en el mundo de la ficción.
La ficción es, pues, una colección de conceptos organizados, arreglados y clasificados que el escritor entrelazará para crear sus obras, siendo ese el punto clave del proceso del escritor, el modo de organizar, agrupar, clasificar y arreglar conceptos para establecer “relaciones complejas entre ellos”, en palabras de Hall. Un libro será un conjunto de signos que deben ser interpretados, y el lector deberá, primero, tener en su mapa conceptual esos signos que se están leyendo, como imágenes textuales, frases, situaciones, y el sistema conceptual que haga que eso que se lee se comprenda, haya semejanzas reales entre la ficción y el mundo real del lector.
De esta manera, se construye un enfoque reflectivo o mimético, continuando con Hall, cuya propuesta es la relación directa de imitación o reflejo entre las palabras y las cosas. Teoría que señala que el lenguaje actúa por simple imitación o reflejo de la verdad que ya está fijada en el mundo.