FROYLÁN ALFARO
La palabra libertad es probablemente una de las más valoradas en la actualidad. La asociamos con la capacidad de tomar decisiones, de actuar sin restricciones y de ser dueños de nuestro propio destino. Vivimos bajo la convicción de que somos más libres que nunca, alejados de las cadenas de las monarquías absolutas o de los regímenes opresivos del pasado.
Sin embargo, algunos filósofos contemporáneos han comenzado a cuestionar si esta libertad es realmente auténtica. Byung-Chul Han, un filósofo que ha ganado notoriedad en los últimos años, nos presenta una visión provocadora: la libertad no ha sido alcanzada, sino que ha sido reemplazada por una forma de dominación mucho más eficiente y perversa. Ya no estamos bajo el yugo de un amo externo que nos ordena qué hacer; en cambio, somos nosotros mismos quienes nos hemos convertido en nuestros propios explotadores, creyendo que actuamos libremente cuando, en realidad, estamos atrapados en un ciclo de autoexigencia y rendimiento constante.
Pensemos, por ejemplo, lo que comúnmente se nos dice acerca de que podemos ser lo que queramos, que el éxito está al alcance de nuestras manos si tan sólo nos esforzamos lo suficiente. La clave del éxito, según este ideal, está en la productividad, en ser capaces de hacer más, más rápido y mejor que los otros.
Antes, bajo la estructura disciplinaria que Michel Foucault describió con tanta precisión, éramos vigilados, controlados y castigados si no seguíamos las reglas impuestas por un sistema externo. Hoy, ese sistema ya no necesita imponer castigos porque somos nosotros mismos quienes interiorizamos esas normas, quienes nos presionamos para lograr metas cada vez más altas. El poder ha cambiado de forma: ahora es invisible, y el opresor está dentro de nosotros. Trabajamos más horas, perseguimos más logros, optimizamos cada aspecto de nuestra vida, convencidos de que lo hacemos por decisión propia, cuando en realidad somos prisioneros de una maquinaria que sólo mide el valor de nuestras vidas en términos de eficiencia y productividad.
Lo irónico es que esta presión constante es vista como una forma de libertad. Se nos dice que es nuestra elección trabajar hasta el agotamiento, que nos estamos esforzando por nuestros propios sueños. Pero, ¿qué ocurre cuando esos sueños no son realmente nuestros, sino los que nos han sido inculcados por una sociedad que valora la producción por encima del bienestar? Nos encontramos, entonces, frente a una ilusión de libertad, una en la que creemos ser los arquitectos de nuestro destino, cuando en realidad estamos simplemente siguiendo las reglas de un juego que no hemos creado.
Esta situación puede ser aún más clara si pensamos en el ámbito personal. En la sociedad actual, no sólo se nos exige ser productivos en el trabajo, sino también en nuestra vida privada. Las redes sociales, por ejemplo, nos ofrecen una plataforma para mostrar continuamente lo “exitosos” y “felices” que somos. Estamos siempre comparándonos con los demás, tratando de destacar, de ser más visibles, más admirados. Incluso nuestro tiempo de ocio se convierte en una oportunidad para el rendimiento: debemos viajar a los lugares más exóticos, participar en las actividades más interesantes, tener las experiencias más envidiables. Así, lo que debería ser un espacio de libertad y relajación se convierte en otro ámbito de autoexplotación.
Desde una perspectiva filosófica, esta situación plantea una serie de preguntas importantes sobre lo que significa ser verdaderamente libre. Para filósofos como Kant, la libertad auténtica implica actuar conforme a la razón y a la voluntad propia, sin estar sujetos a deseos impuestos externamente. Sin embargo, en las sociedades actuales, nuestras decisiones están tan condicionadas por expectativas sociales que es difícil distinguir entre nuestros verdaderos deseos y los que hemos adoptado sin cuestionar.
La autoexplotación, entonces, es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. No porque haya alguien externo que nos oprime, sino porque hemos asumido esa opresión de manera voluntaria, creyendo que nos conduce hacia la realización personal. ¿Es acaso la libertad moderna del tamaño de nuestras cadenas? Querido lector, es momento de reflexionar: ¿somos verdaderamente libres o estamos simplemente viviendo una ilusión que nos mantiene siempre en movimiento, siempre buscando algo más, pero sin llegar nunca a ningún destino?