Por Marifer Martínez Quintanilla
(…) y me detengo yo
pensándome quieta esta noche
al borde de la vida
como un racimo de juncos
que tiembla
junto al agua en el camino
Ya con ese breve fragmento del poema “Al borde de la vida”, Pozzi ha deslumbrado nuestra vista con los pilares principales de su poesía. La flora (juncos que en otras ocasiones pueden ser pervincas, crisantemos, nenúfares, mimosas, cipreses, álamos, abetos…), la noche como antesala del reposo, el péndulo de vida-muerte y el agua como símbolo doble de quietud, pero también de transición:
(…) yo tampoco tengo raíces
que aten mi
vida –a la tierra–
también yo crezco desde el fondo
de un lago (…)
En el agua se desliza la barca en la que Caronte lleva las almas, ¿no es así? Y en el agua también reposa Ofelia, en un lecho de nenúfares y juncos.
Empecé a leer poesía con cuidadosa atención y gozo en el 2017. En estos años algo he aprendido de su dimensión sonora y respiratoria: Hay que aprender a leer siguiendo el ritmo y la respiración del poema, nos decía un profesor en la facultad. Y con ello, otro elemento primordial: apreciar la imagen poética. El lenguaje poético se condensa en una imagen poética, metafórica, que atañe a lo real con un lenguaje no convencional. La poesía, aunque pudiera hacerlo, no pretende contar en una concatenación sintáctica, de relación causa-efecto, sino que sintetiza en imágenes. Si lo que nos decía el profesor era la teoría, para mí la poesía de Antonia Pozzi fue la praxis.
En mí quedó impreso su poema “Nenúfares”, su sentido pictórico y natural sobre la muerte. Leerla es ver el mundo a través de su experiencia lírica, y también empatar sus imágenes poéticas con pinturas de Monet o Millais, por nombrar los primeros que vienen a mi mente.
La poesía de Pozzi propicia un encuentro con la vida, la muerte y el amor. Los tres elementos forman parte de una cadena metonímica en la mayoría de sus poemas. Y esa sería una forma sencilla de explicarla. De una forma más elaborada, su poesía es un imaginario poblado de flora y toda ella cargada de un profundo valor simbólico. En casi todos los poemas encontraremos una imagen de florecimiento o decrepitud, pero opuesto a lo que pueda parecer —que la muerte es último lugar a donde se llega— vemos también que la muerte hace sitio a la vida:
Soy la flor
de algún tronco enterrado
que para seguir vivo
crea hijos
en el oscuro
vientre de la tierra (…)
En su poesía hay un desesperado intento por mantenerse en pie, por buscar un último signo de vida, ya sea para ella misma o para alguien más.
Sí, lo hablaba con un amigo, su poesía es directa —a primera vista— sobre lo que le interesa decir: amor, tristeza, quietud, muerte, desesperación… Pero, siguiendo las mismas palabras escritas por Pozzi en una carta, su poesía, a fuerza de ejercicio y constancia, se ha purificado de la retoricidad que escombra al poema. En su poesía experimentamos la sonoridad, sus aliteraciones —incluso en las traducciones al español que tan acertadamente han procurado este aspecto suyo—, su dislocada sintaxis —hipérbaton— y sus encabalgamientos que nos deslizan dentro y profundamente en su poética:
Inundada de nieve disuelta
la casa. Se asusta
el alma por los golpes de las gotas densas.
Así deshaciéndose
duelen las cosas.
Y así, también, duele la vida.
Hay contenida en ella una fuerza y voluntad de palabra que es lo mismo que decir de vida hasta que la flor sea imposible. Su escritura revela ese movimiento pendular entre vida y muerte, entre la espera por una vida soñada que se cumpla, si no para ella entonces para su amado:
—que se haga surco
al menos para ti
la fosa
y se confunda con la lluvia del cielo
mi llanto:
que riegue tu crecimiento
sin que te des cuenta—
Y un deseo de reposo, como bien lo expresa en su poema “Sueño”:
Oh, vida
¿por qué
en tu viaje me llevas
aún,
por qué
arrastras
mi pesado sueño?
(…)
Ni el alba
con cansada magia
hará que vuelvan a florecer
entre las casas negras
las mimosas muertas.
Antonia Pozzi es una poeta que se suicidó, a quien le impidieron la oportunidad de un amor correspondido y la maternidad fue algo que creyó tener dentro de ella, pero quedó sólo como espiga que no logró brotar de la tierra. Sin embargo, su poesía me parece tanto más luminosa que lo que el morbo puede sugerir. El péndulo sobre el cual se balancea su poética sólo vuelve más deslumbrante su manejo del lenguaje y su síntesis en la naturaleza para hablar de pérdida, añoranza y amor. En ella había mucha vida incluso en los momentos más difíciles:
Porque tengo demasiada vida en la sangre
tiemblo
en el vasto invierno
En tanto que existe deseo de palabra, existe deseo de vivir; y cuando su corola no hizo florecer más palabras, fue momento de reposar en el agua del camino.
▶️ Libros de Antonia Pozzi: Parole, editado por la UANL en la Colección “El Oro de los Tigres” (VI), Inicio de la muerte (2019, Ed. La Bella Varsovia, trad. María Martínez Bautista) y Para mí la tierra (2019, Ed. Torremozas, trad. Mar García Lozano).