Marifer Martínez Quintanilla
Yo no leo literatura de amor. No suelo inclinarme por la poesía amorosa o desamorosa, tampoco escribo de eso. Agrego lo siguiente: no leo ni escribo sobre el amor en español, se siente demasiado cerca, demasiado en la piel, demasiado en mí.
19/07
Comencé a leer a Lydia Davis, tanto la colección de sus relatos como The end of the story, libro que, por cierto, he disfrutado mucho. Su novela es, en resumen, un ejercicio escritural y de memoria para contar una y otra vez las múltiples vías que se caminaron en el proceso de iniciar, sostener (aunque de forma frágil) y terminar una relación. Cómo se llega al fin de la historia. Los inicios siempre están sujetos a nuevas interpretaciones que surgen conforme la historia avanza hasta que concluye. Al final, lo que queda es eso: el ejercicio de volver a observar los primeros pasos y los que le siguieron desde todos los ángulos posibles, las posiciones que tomamos para ver cómo fue que aquello desembocó en el fin.
Quería escribir una reseña, pero no he podido terminarla porque he terminado escribiendo de algo más: una ruptura. Lo hice en inglés. Nunca había escrito sobre ninguna ruptura, y de esa en particular no había podido escribir nada hasta ahora. Pasó ya hace unos años. En todo caso, me es imposible hacerlo en mi lengua materna.
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Algo de lo familiar, personal y hasta corporal se guarda vivo en la lengua que aprendemos como nuestra. Hablar de ciertas cosas revive heridas, traumas y penas; otras veces las salva. Un punto tibio, escurridizo y cobarde es, para mí, hablarlas o escribirlas en otro idioma para poner distancia; ocupar una posición lejana y usar una lengua que no es propia para escudarse. En mi caso, aunque aprendí el inglés desde muy pequeña y lo leo, lo escribo, lo escucho y lo hablo, sigue sin ser mi lengua. Sigue siendo una lengua extranjera, extraña; el inglés no es mi hogar. Y en esa incapacidad de habitar la lengua es que puedo atreverme a escribir de la ruptura, para mantener una distancia de seguridad que permita a los hechos permanecer detrás de un cristal pañoso. Para no verlos con claridad. Para mantenerlos todavía un poco ocultos.
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30/08
Me adelanto a los hechos porque temo que ocurran, y en ese temor he vuelto a escribir en inglés. Es sobre una cena… más que la cena, es sobre algo que dije de mí. La conversación, además, estaba ocurriendo en inglés. Normal que continuara ese hilo de ideas en otro idioma para intentar hechizar con la lengua eso que siento que no puede posponerse más.
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Corrijo el inicio: no leo literatura de desamor, con y sin las itálicas, pero he empezado a hacerlo desde inicios del verano. Fue ese el tema del taller literario que hicimos mis amistades y yo desde el mes de mayo.
La dinámica fue leer y escribir acorde al tema, pero un poco basado en lo que cada uno sintiera y experimentara como desamor.
No fue casualidad que una amiga venezolana nos compartiera unos poemas que hablaban sobre el desarraigo, el exilio y la inmigración. Esos fueron los poemas que más me tocaron. Desde esos significantes es que siento, entiendo y conceptualizo hoy la ruptura, mi más reciente ruptura: el partir de un lugar, otra vez. Tener la raíz en el agua.
Hace una semana terminé de leer (h)amor7 roto, y una de las autoras, Mafe Moscoso, escribe lo siguiente: “La migrante enamorada siempre va a vivir instalada en el desarraigo, esto es, en la imposibilidad de encontrar y quedarse en otro sitio”. La inmigrante enamorada siempre está partida en dos o más fragmentos. Y agrega la autora: “la migración no solo aleja a las reinitas latinas de sus orígenes, sino que, además, castiga con violencia el despecho, esto es la exageración de la experiencia del duelo amoroso”. Mafe Moscoso contrapone el despecho latino —fervoroso, que vive en la piel, visceral, irracional; telenovelero, pues— frente al modelo de amor europeo —racional, contenido, mesurado y discreto—, resaltando así la equivalencia directa entre el idilio amoroso con el propio proceso del migrante: “la migración […] es un idilio de amor y es quebranto de avecilla agónica porque la relación entre una y la patria, a pesar del tiempo y el espacio, no es un asunto del que pueda desprenderse fácilmente […] Irse es tejer, muchas veces a pesar de una, un amor a la distancia, de goma de espuma en el que se añora lo que pudo ser y no fue” y esto me parece de lo más lúcido que he leído con respecto al duelo amoroso que es la migración y que facilita, a su vez, una experiencia y lenguaje particular para la ruptura amorosa: la partida y el desarraigo, descolocarse hasta de la lengua para buscar una reubicación y volviendo la mirada inevitablemente hacia atrás, para cómo es que se caminó tanto hasta llegar al fin.