Ezequiel Carlos Campos
Imaginemos, en estos momentos, a un escritor o escritora tecleando en su computadora. Él o ella intenta hilar los acontecimientos de mejor manera en su historia —en el caso de que trabaje la narrativa—, o también dé los últimos retoques a un poema que le falta mayor intensidad en imágenes y ritmo —si escribe poesía—. De una u otra manera, él o ella busca terminar su obra para darse un descanso ante el trabajo de meses, años, al frente de la pantalla. Imaginemos una situación: él o ella concluye su libro y percibimos el momento del punto final, feliz, con un semblante en la cara que sólo se ve en aquellos momentos de paz ante una situación complicada; quizá ríe, llora, grita, avienta lo primero que tiene a la mano o pone a su artista favorito a todo volumen como consolidación de victoria. Quizá escribe en su diario/cuaderno “Por fin he terminado este libro. Julio de 2023”. El roce de las hojas de este cuaderno le da un escalofrío, se dirige hacia atrás de la blancura del papel, del tiempo en que lo comenzó a llenar o inició a escribir su libro. Abre un espejo de su vida pasada. Se refleja como la persona que es, se lee así mismo, como nosotros leeremos, en un futuro, su libro. El filósofo Joan-Carles Mèlich, en su Lectura como plegaria, dice que cuando no podía dormir releía a sus autores predilectos, asimismo tomaba cualquier libro al azar, ponía música y agarraba uno de sus cuadernos y escribía. Para Mèlich el acto de escribir es una plegaria. Hablemos de los cuadernos como parte del proceso escritural. Para el escritor o escritora de este texto sus cuadernos son un acompañante en su trabajo de redacción, un diario donde apunta los momentos importantes de sus días. También, los cuadernos son donde pone ideas, frases sueltas que servirán para su proyecto, citas de autores que reflejan lo que él o ella también cree. Por eso cuando termina su libro lo primero que hace es apuntar la conclusión en las hojas, para al día siguiente escribir “Hoy empieza la labor de la corrección, de poner en orden todo”. La lectura como plegaria de Mèlich es un cuaderno del escritor, aquel que lo acompaña en sus momentos de lectura, insomnio y trabajos académicos; se reúnen fragmentos filosóficos de esas páginas rellenas con tinta violeta, en donde el autor reflexiona sobre un montón de cosas para él importantes, como la literatura, la escritura, la moral, la ética, la finitud, el deseo, la intimidad, por nombrar algunas. Imaginemos al escritor o escritora, después de terminar su libro, releer las páginas de su cuaderno, encontrar los fragmentos interesantes y, de inmediato, ponerse a hacer una lista de las ideas que mejor le parecieron, aquellas con las que sigue coincidiendo pese al tiempo de ser escritas. Él o ella cree que sus cuadernos tienen fuerza, que si le da orden al caos puede surgir un libro que nunca imaginó. Imaginemos que Joan-Carles Mèlich pensó eso mismo de sus cuadernos de notas, les encontró a esas palabras que iban surgiendo de sus actividades un complemento de su quehacer filosófico. Si imaginamos esto, también nuestro escritor o escritora, después de haber publicado ese libro que estaba escribiendo, regresa a esos cuadernos y comienzo el acomodo y la redacción de sus notas escritas, preparando un nuevo libro que no estaba previsto, pero que, seguro, será acompañado por otros cuadernos que se irán rellenando cuando se le ocurran otras cosas de las cosas que ya se le habían concurrido en el proceso de su libro anterior. Los cuadernos de los escritores son una preparación previa de otros libros.