
ADSO E. GUTIÉRREZ ESPINOZA
Huesos llegó a la familia justo cuando pensaba en las mascotas de los escritores, en los nombres que le pusieron, algunos más literarios y poéticos que otros. Precisamente, quise llamarla como supuestamente lo haría un narrador, aunque no se me ocurría cómo, pensaba en Niebla (demasiado plagio), Copo (muy infantil), Cachita (demasiado telenovelesco), e hice memoria, ¿qué personaje me impactó tanto? Pensé en Marcela, la pastora independiente y de buen corazón de El Quijote, ¡¿qué mejor nombre que el de una maravillosa pastora?! Sin embargo, mi madre prefirió usar el apodo de Huesos, aunque en sí ella fue la “poodle” de los tantos nombres. Un día era Rasputia, otro doctora Pelos o simplemente la Huesos. A la fecha ni siquiera sé cuál era su real apelativo, aunque en el fondo siempre fue Marcela (sin importar que una de mis docentes en la carrera se llama así).
Ella llegó cuando aún estaba Herón y la Chata, el primero un viejo perro Bull Terrier que fue la adoración de mi hermano, bastante travieso cuando joven y tranquilo conforme iba envejeciendo, y la segunda fue un bóxer que, por sí misma, veía el mundo como un juego, un eterno lienzo en el qué pintar con sus travesuras, no lo digo en un sentido poético, sino literal: solía tirar la pintura que mis padres guardaban y convertía en su lienzo el patio y a su compañero viejo.
Huesos fue reticente a jugar con ellos, tal vez timidez o miedo por su tamaño. Sin embargo, su verdadero compañero canino fue Emilio, el dachshund más ruidoso y escandaloso que he conocido. Aunque nuestros perros no dejaban de ser maravillosos, a su manera.
Huesos y Emilio solían jugar entre sí, molestarse e incluso se escondían sus juguetes. Lo cierto es que planificaban sus travesuras y sus atracos. Por ejemplo, Emilio solía empujar una silla de la mesa, se montaba en Huesos, ella lo subía a la silla, y después se subía a la mesa para robarse la comida. Por supuesto, siempre nos recordaban sobre lo maravillo e inolvidables que son los encuentros entre animales de la misma entre especies o distintas.
Embaucaron en una ocasión a un amigo de mi hermano. La anécdota es sencilla: él estaba preparando en la sala preparando el hotdog que mi madre le dio, Huesos se acercó para pedirle un poco de caricias, haciéndose la linda y la buena chica; él cayó, dejó el hotdog sobre la mesa y la acarició en el lomo, mientras Huesos hacía ruidos de satisfacción, bastante exagerados; Emilio se escabulló y, en un movimiento rápido y limpio, jaló la salchicha y huyó, y Huesos corrió detrás de él, ambos subieron las escaleras, y el amigo y yo vimos cómo Emilio, en un momento, partió la salchicha y Huesos tomó su parte.
La anécdota evidencia un plan perfectamente orquestado para embaucar a una persona, a partir de una manipulación, de hacerse la bonita, la exageradamente tierna, y que con su actitud más que teatral lograría convencerla, considerando que el invitado realmente no sabía cómo estos perros se comportaban. Además, esos movimientos estratégicos para obtener una salchicha era una jugada divertida. Lo interesante es cómo una salchicha despertó el interés de dos perros, que por supuesto eran bien alimentados y consentidos (incluso más que los propios humanos), cómo estimuló para la construcción de un plan tan bien elaborado —tal vez lo esperado era que solo se acercaran a robar la salchicha e irse—. Por supuesto, desde lo humano, ver estos comportamientos son hasta cierto punto hilarantes, pero ¿cómo habrán mirado e interpretado Huesos y Emilio.