GIBRÁN ALVARADO
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Cierro el mes de mayo con la quinta película del cineasta español Pedro Almodóvar. Los trazos argumentales llevan a la fiesta brava y al doble significado que muestra en el filme. Así, la explicación al momento del encuentro entre el toro y el torero va hacia el camino erótico, haciendo que la estocada simbolice la penetración. Previo a esto, hay una faena entre el humano y la bestia. De esta puesta en escena simbólica se sirve el director para llevar a la pantalla las preocupaciones y realidades sociales de una España que aún pareciera tener un velo ante los ojos.
Así lo muestra Ángel, interpretado por Antonio Banderas, al momento de observar a la novia de su maestro de toreo, se convierte en el voyerista que pretenderá demostrar su hombría con la mujer de quien lo reta porque, al preguntarle si era “maricón” le dio el consejo de observarlas y dominarlas porque “a las tías hay que acorralarlas sin que se den cuenta, como a los toros”. A partir de este inicio de mentoría, nos damos cuenta de que la madre de Ángel es muy católica, pues le pide que regrese a la vida recta, para ello le recomienda pedir ayuda a su director espiritual. Algo le pasa a ese hijo descarriado que no sigue los designios de su progenitora.
En la sociedad aún es delicado abordar ciertos temas y es mejor silenciar violaciones y demás situaciones vividas por las féminas porque qué dirán las personas, a los españoles se les tildará de envidiosos e intolerantes, en este caso, el director va directo en su crítica. De ahí en adelante, el filme se convierte en el culebrón almodovariano, una abogada de oficio que se enamora locamente del torero en retiro, el cual cae y sufre, como en el ruedo, en los amores y en la vida; entretanto, observamos a personas que se excitan con la violencia, con los asesinatos, esto se observa en las primeras escenas con el acto sexual y la masturbación del torero frente al televisor.
La peli sigue las peripecias de todos estos personajes arquetípicos que imitan, asesinas, fanatizan y juegan al amor loco, al amor desenfrenado y que se lleva hasta las últimas consecuencias, tenemos al ángel que observa todo mientras se observa un eclipse, se avecina la oscuridad, se avecina lo desconocido, lo que, poco a poco, van desentrañando los personajes secundarios que ayudan a la policía. Matador (1986) es un recorrido, nuevamente, por las heridas abiertas de la sociedad española, su revés, su lado oscuro, oculto, como el sol detrás de la luna.