FROYLÁN ALFARO
Generalmente se piensa que la filosofía es inútil y que lo único que nos deja son dudas. No puedo refutar la primera afirmación, pero con la última sí se puede hacer algo, de hecho, considero que debo hacer algo, pues la entrada anterior a ésta la cerré con puras preguntas. Así que espero que las ideas de hoy sean un poco más prácticas.
En la antigua Grecia la filosofía no sólo generaba preguntas, sino que también podía generar las pautas a seguir para tener una vida buena (buena en la medida que lo consideraba cada escuela filosófica). Uno de los más grandes representantes griegos en este sentido fue Aristóteles para quien la vida buena, que él llamaba eudaimonía, era una vida plena y virtuosa que iba más allá del simple placer y que debía servir a desarrollar el potencial humano. La virtud se alcanzaba a través de la aplicación del punto medio: no dejándonos llevar por los excesos ni por las carencias. Suena algo complicado, pero con ello Aristóteles se refería a que la acción que realizamos sea apropiada a las circunstancias. Llamemos a eso sabiduría práctica.
La filósofa estadounidense Judith Butler retoma esta idea, pero aplicada al mundo contemporáneo, pues ella al igual que Aristóteles están de acuerdo en que no es suficiente simplemente vivir; debemos vivir bien, desarrollando nuestras capacidades y cultivando nuestras virtudes. Sobre todo, en nuestra actualidad marcada por la precariedad y la desigualdad. Todos somos cuerpos expuestos a la precariedad, dependientes unos de otros para nuestro bienestar y supervivencia. Florecer sería en este sentido, siguiendo la filosofía de Butler, un proceso continuo de autodescubrimiento y perfeccionamiento personal, por lo que el florecimiento no debe de ser un privilegio, pues reconocer esta dependencia que tenemos hacia los demás debería de llevarnos a construir sociedades más justas, por lo que el florecimiento debería de ser un derecho.
Es decir, la filosofía de Aristóteles se enfoca en el desarrollo individual y en la autosuficiencia usando la sabiduría práctica. Que cabe decirlo, no es para nada fácil, ya que la mayoría de nuestras acciones las realizamos con base en deseos o emociones sin detenernos a reflexionar un poco. Por ejemplo, enojarse es fácil, pero enojarse con la persona correcta, en el momento correcto, en el lugar correcto y con la intensidad adecuada es sumamente difícil. Mientras que Butler se enfoca en la interdependencia y la vulnerabilidad que tenemos como individuos dentro de una sociedad, por lo que florecer debería de ser incluso una obligación que empieza en el individuo y tiene un impacto social. Ambos puntos de vista están de acuerdo en que la vida buena no es sólo evitar la muerte o la miseria, o esperar a que llegue alguna, sino que la vida buena se trata de crear las condiciones para que todos podamos desarrollar nuestras potencialidades.
“Menos morir sin florecer” implica dejar de centrarnos sólo en la supervivencia y tratar de tener una vida que nos permita a todos alcanzar nuestra eudaimonia. Porque, así como una semilla es en acto (actualmente es una semilla), también es potencialmente un árbol (puede llegar a convertirse en eso). También los seres humanos somos en acto y hay potencialidades esperando a ser desarrolladas si se dan las condiciones adecuadas, así que busquemos y luchemos por esas condiciones. “Menos morir sin florecer” es también una invitación a repensar nuestras prioridades. Florecer es en este sentido la acción más radical y esencial de resistencia contra un mundo que, demasiadas veces, se conforma con simplemente sobrevivir.