Formas y voluptuosidades. Los estereotipos exagerados: labios rojos, zapatos de aguja o la piel desbordada. Cerremos los ojos, casi amanece y alrededor de nosotros ya casi no hay nadie, un hombre dormido en la barra, el humo del cigarro que ya cala más en los ojos que en la garganta y alguna mujer que sigue de pie con la vida guardada en un relicario que reposa debajo de la almohada. El gusto rancio del mezcal, tequila y cerveza ya pesa sobre la lengua, la saliva pegajosa, las ideas difusas. Al fondo todavía se escucha el acordeón y una voz aguardentosa que se detiene cada tanto para recobrar el aliento. Ni modo, toca trabajar los fines de semana, a las horas en que regularmente la ciudad duerme, cuando los borrachos se vuelven confidentes, amigos o enemigos, a veces ni siquiera alcanza para devenirse en persona. ¿Cuántos fichas por las caricias? ¿Cuántas cervezas de las chiquitas por escuchar a alguien que va huyendo de sus fantasmas? Dinero, alcohol, besos, caricias, penetraciones y dudas. Difusa fiesta de palabras y sentidos entumecidos, al fin que de una u otra manera la vida sigue sin valer nada. Afuera seguramente ya hay gente corriendo el ejercicio matutino, el llamado a misa ya comienza a repicar y la rocola ya ha intercambiado el turno de los músicos que se recogen a la sombra de sus hogares: no te preocupes, mi amor, es verdad la voy a ver.
Luis Rolando Ortiz nos abre las puertas de una cantina donde hay bellezas, bellezas donde sobran las cantinas. Rolando nos descubre las experiencias que se transmiten a través de las formas y las voluptuosidades de mujeres reales que traspasan más allá de una película de ficheras o de la pornificación y hasta romantización de alguien que recibe “propuestas indecorosas”. En sus obras hay mujeres reales, a pesar de ser ficticias (o no), mujeres de carne y hueso transfiguradas en óleo, grabado y papel de algodón. Hay mujeres que se levantan con el rímel corrido y los tacones abandonados antes de dormir, hay mujeres que se levantan día a día para intercambiar favores, mujeres que se levantan la falda, los ojos y la modestia.
Sin embargo, algo hay de claro en las palabras de Rolando: no es activista, pero hay crítica social disfrazada de estética, hay una rebeldía que impacta y por la que cuesta mantener los ojos fijos en las pinturas, no vaya a ser que nuestras madonas modernas se indignen al mirarles de reojo los senos que se desbordan, el sexo casi que se asoma, pero que vela también lo que –como mujeres reales- se guardan para sí: las historias de vida, las amistades y, por qué no, la sororidad que sólo puede dialogar entre aquellas que viven una circunstancia paralela.
En la obra de Luis Rolando no hay maniquíes de revista, sino mujeres reales que también disfrutan cuando comienza a sonar el bajosexto, el tololoche o el cencerro. Aquí, en interiores, estimados lectores, una visión más amplia de Bellezas de cantina en la voz de Brenda Ortiz Coss, quien nos lleva de la mano a través de “lo frondoso de las curvas y lo sórdido del gozo”; además, una pequeña probada de la obra misma, expuesta en El Tunal.
Hablemos también de locura y encierro, de sanatorios y libélulas, de pan recién horneado y de semillas luminosas con los poemas de Fabricio Gutiérrez. Hablemos de las obsesiones y rockstars –antiguos y modernos- con Dickens, Liszt y otras manías de Daniel Martínez López.
Y como lo de nosotros es quemar y transgredir, tomemos un momento para respirar y contener el aire unos segundos, para sentarse en el cerrito a pensar sobre la “Cannabis: la pendiente reflexión en México” con Paulina Casillas, quien nos invita a un consumo informado y a la libre recreación, pero con responsabilidad.
Asimismo, desde Alburquerque recibimos una carta de nuestro coterráneo J. Luis Carvajal, quien nos escribe sobre “Avendaño o la noche oscura de la poesía”. ¿Alguien más por aquí conoce otra mágica historia sobre nuestro querido Alberto?
Porque pensar, imaginar y crear mitos cuando uno es niño se puede convertir en nuestra personalidad de adulto, tomar decisiones en la vida puede estar más ligado a un pequeño viendo una vieja fotografía de la Segunda Guerra Mundial y que concluirá en que “Para ser soviético hay que pensar como uno” de Ezequiel Carlos Campos.
De igual manera, Daniela Albarrán nos invita a tomar asiento junto a ella en la barra para reinterpretar los mitos, replantearlos, corromperlos y transgredir la feminidad estandarizada con “Germinal”, de Tania Tagle: un ensayo que resignifica la maternidad”, porque ser mamá no siempre es tan bello como se nos dice.
Para cerrar con buen sabor de boca y la quemazón en la garganta, les traemos El shot de color de la semana, donde Édgar Óscar López nos da un platito de cacahuates con “La fruta madura del dolor”, en el que se nos revelan procesos contundentes e inminentes sobre la obra “Maduré” de Diego Leija, que nos acompaña a cerrar tras nosotros las puertas vaivén que siguen bailando porque aunque sigue tan divina, será siempre una belleza de cantina.
No lo olviden, juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero