“A veces no conoces el verdadero valor
de un momento hasta que se convierte en memoria”.
Dr. Seuss
Por Ezequiel Carlos Campos
Uno de los temas que más me han interesado desde niño es la lucha política por el poder y los conflictos bélicos, específicamente la Segunda Guerra Mundial. En mi casa no había computadora ni internet, pero sí enciclopedias, en cuyas grandes encuadernaciones mi interés por los temas históricos suplantaban algunos días los videojuegos vespertinos o las salidas con los vecinos de la colonia. Más que leer era ver, observar las imágenes que acompañaban las dos columnas de cada página del libro, fotografías de la época en donde percibía el gran dolor de las personas a través de las muecas, de los ojos, de la suciedad de sus ropas por la destrucción de las bombas lanzadas en las casas y edificios. Quizá alguna vez tuve pesadillas por culpa de esas fotografías. La Segunda Guerra Mundial se volvió, pues, en una obsesión. Los buenos contra los malos —disculparán la inocencia de un niño—, un tanque contra otro, un avión contra los edificios y una bandera hondeada en la plaza principal del país enemigo como símbolo de victoria. De entre todas esas fotografías, recuerdo una en específico: un grupo de personas con una pancarta o con algunos papeles en caracteres desconocidos, chistosos; gente que, pensándolo ahora, quizá se estaban manifestando por algo en específico, por las muertes, la pobreza, los arrebatamientos de los hijos, hermanos o esposos para irse a la guerra. Recuerdo, además, sus caras, el llanto emitido para el ojo del fotógrafo, y también escuché los quejidos de la gente (lo imaginé), los estruendos por los disparos, la pulverización de piedras por los tanques de guerra. ¿Qué me querían decir esas personas de otra época en esa fotografía, y no sólo a mí, sino a miles de personas que tenían la enciclopedia o que la vieron en algún momento de la vida futura de esos tiempos? Años más tarde el recuerdo se escondió, pero, como todo lo que entra muy adentro, en algún momento volvió a surgir.
El resurgimiento se entiende al momento de escoger el estudio de un nuevo idioma. El idioma: el ruso. Un idioma llega repentinamente, como esos escogimientos del destino al momento de tomar un libro al azar y tiempo después saber que esa historia se convirtió en la más importante de tu vida. Así conmigo fue el estudiar ruso. El recuerdo de esa fotografía de los años cuarenta se volvió más vívido, por lo que intenté encontrar la enciclopedia donde la había visto, para tenerla en las manos y verla una vez más con otros ojos y, en un futuro, poder leer lo que manifestaban las personas. Nunca más la he vuelta a ver, esa enciclopedia se perdió al momento de mudarnos a otra ciudad, y las que sobrevivieron no la tenía. En los apartados de la Segunda Guerra Mundial había más fotografías, otras que ya había visto de niño, recordándolas, pero no la que quería. Sin embargo, la imagen quedó en mi mente y así fue que empecé a estudiar el idioma.
Ahí fue cuando entendí que para hablar como ruso había que pensar como uno. Todos nuestros libros de texto eran de los años ochenta y principios de los noventa, esto quiere decir: de la época soviética. Mi maestra nació en Ucrania, desconozco si toda su vida anterior a la mexicana vivió ahí o también en Rusia, sea como sea tenía las dos nacionalidades, supongo que al momento de la independencia ucraniana al término de la Unión Soviética se las dieron. Sé que el ucraniano es un poco distinto al ruso, más en cuestiones de regionalismos, de frases, incluso de entonaciones, pero el idioma no varía mucho, menos la escritura del cirílico. Desconozco por qué la maestra utilizaba esos libros de texto con pedagogías viejas, en donde se percibía claramente un tipo de educación cuasi militar. Me explico: de las primeras palabras que nos enseñaban, más allá de las frases de saludo, etc., eran товарищ (tavarish: camarada) para dirigirte a alguien; фабрика (fabrica: fábrica) como un lugar donde la gente se reunía o acudía; работать (rabotat: trabajar) como uno de los verbos más importantes, ya que en las frases era: “—A dónde te diriges, camarada. —A trabajar”. Solo por poner estos ejemplos, uno se daba cuenta que, en efecto, nuestros libros de texto eran viejos, no existían en ellos la cuestión de las libertades, de la globalización y la democracia. Al contrario, todo el léxico se relacionaba a cuestiones soviéticas: el trabajo, el compartir, el ser patriota, cosas que se pueden relacionar con el comunismo. Esto no es una crítica al comunismo —le tengo un gran afecto como ideología por la historia de Lenin, de los bolcheviques, de escuchar las historias de mi maestra sobre cómo era el gran país en sus años de niñez y por mi amor a Rusia y como parte de su pasado—, simplemente es una reflexión sobre cómo era la enseñanza en aquellos años, la manipulación del lenguaje para construir una idea de nación; la manipulación de la educación para formar futuros soldados o patriotas. Eso es lo que puedo pensar ahora. Una cuestión que sigue palpitándome es por qué mi maestra, al ser ucraniana, usaba esos libros de texto para enseñar a futuros hablantes del idioma. Sé que había libros más modernos, estrategias pedagógicas actualizadas… Quizá sea parte del pasado: el recuerdo de una nación extinta. No sé si ahora esas copias sigan en las aulas, pero lo que sí es que formaron a muchos estudiantes, que para hablar como un soviético teníamos que pensar como uno, eso nos decía nuestra maestra.
Jamás encontré esa fotografía. Busqué de nuevo en las enciclopedias de mi casa, en las del hogar de mis abuelos. Es más, cuando me encuentro alguna, busco la Segunda Guerra Mundial y hojeo con la esperanza de encontrar la fotografía. Hasta ahora ha sido en vano. Por internet busco “Gente rusa en la segunda guerra mundial con pancartas” y no aparece. Tengo la esperanza de que algún día de mi vida la volveré a ver y ahora sí podré leer más allá de su dolor expresivo. Saber qué me tenían que decir a mí, un niño que nació cincuenta años después de que se tomó la fotografía, y poder descubrir su enigma, porque yo también fui soviético como ellos en mis años de estudio del idioma ruso.
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