ALEJANDRO ORTEGA NERI
Es 1994 en México. En Tijuana, el candidato presidencial del partido en el poder es asesinado a tiros en la cabeza durante un mitin. Mientras las investigaciones apuntan a un asesino solitario, en la Ciudad de México otro desconocido asesina al Secretario General del partido en el poder. El país entra en tensión mientras parece que el presidencialismo se desmorona. Lo que nadie sabe, es que ambos asesinos fueron visitados en sueños por una mujer de nombre Scheva, quien les encomendó la misión de acabar con los tiranos.
Bajo esta premisa el escritor zacatecano Gonzalo Lizardo vuelve a la escena literaria nacional para seguirnos demostrando la amplitud de su registro y calidad literaria, pues si en su anterior novela trasladó a sus lectores al siglo XVII novohispano para conocer, en más de 600 páginas, la historia del entrañable hereje Guillén Lombardo en Memorias de un basilisco (Martínez Roca, 2020), su más reciente entrega, El rito del poder (Martínez Roca, 2024), da un salto en el tiempo para situarse en 1994, uno de los años fatídicos de la historia política de México que, además, es aderezado con una intrigante historia de ocultismo y atravesado por dos jóvenes periodistas que se conducen al compas de potentes riffs de metal duro.
Si algo admiro de los periodistas y los escritores es la facilidad que tienen para acercarse a la historia reciente, esto mientras los historiadores, profesión a la que pertenezco, aguardan la distancia temporal para no ser partícipes de procesos inacabados. En ese sentido, lo que ha hecho Gonzalo Lizardo en El rito del poder es admirable porque se asoma a uno de los períodos más oscuros de la historia política de México desde una mirada original que en su lente de ficción se refleja una alta dosis de realidad y eso es, quizá, lo que aterra más que lo sobrenatural, la brujería, el espiritismo, la santería y el satanismo que pueblan sus páginas.
1994 es el año del levantamiento del Ejército de Liberación Nacional; del asesinato de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu; de la devaluación del peso mexicano y del fortalecimiento de los cárteles del narcotráfico que se convertirían con el tiempo en lo que ahora conocemos. Un año nada fácil para novelar pero que el poder como novelista de Lizardo parece que no lo sea, porque el recurso de lo oculto funciona a la perfección para marcar aún más lo siniestro de muchos de los personajes de ficción, basados en reales, que deambulan por las páginas pero que pasan a un segundo plano ante lo entrañable de los personajes principales, la AntiKris y el Moloch, una pareja de periodistas jóvenes con la pasión por la verdad como carta de presentación.
Es con ellos con los que destacó otro gran punto a favor de la novela, pues no conoceríamos gran parte de la historia reciente, ni mucho menos de las telarañas que habitan los rincones más oscuros de la misma, sino fuera por los periodistas comprometidos con la verdad. Por ello, me parece que Gonzalo Lizardo atina al contar esta historia desde las aventuras de Cristina, una reportera de la fuente de política, y Moctezuma, metalero mexa, aficionado a las historias insólitas, porque más allá de su pasión por encontrar la verdad que se oculta tras el poder de la tecnocracia de la época, la lealtad del uno hacia el otro nos convoca a creer en el amor, en la amistad y la confianza como el motor para sobrevivir en los tiempos oscuros y aciagos.
Asimismo, entre muchas bondades de la novela, que desde el inicio no suelta y estruja al lector, es importante destacar el uso que hace Gonzalo Lizardo de la música, del propio soundtrack o playlist, si se quiere, de la novela. Pues se escucha en ella la velocidad de bandas como Exodus, la virtuosidad de Death, el paganismo de Darkthrone y hasta Brujería, en el año de la muerte de dos de sus miembros, y que funciona como un sentido homenaje. Destaco la cuestión del metal extremo porque Gonzalo se une además a esos escritores como Samuel Segura, Antonio Ortuño o Vicente Alfonso que han volteado a ver este género musical y sus letras no como meros epígrafes, sino como un recurso estético y estilístico necesario para contar historias como la que narra El rito del poder. Es un mundo de oscuridad, no hay otra música para amenizar, y más si se escuchan las canciones citadas mientras se observan las ilustraciones que el mismo Lizardo elaboró para su obra. Unas joyas.
Sin duda, El rito del poder deslumbra por el acercamiento original que Lizardo hace a esta etapa de la historia política y social de México, una de las más oscuras y siniestras, que en mi corta experiencia como lector, no había visto novelada, pero también porque regala a sus lectores dos personajes sumamente entrañables que, a mí parecer, no deberían concluir ahí: el Moloch y la AntiKris, quien a lo largo de la novela busca hacer una gran pregunta como reportera y que creo que está en muchos de nosotros responder: ¿Cuál es el futuro del país?
Antes de responder, corra a leerla.