Cinco poemas de Sergio Pérez Torres
I
Todas las estrellas son fugaces,
su duración atada a los ojos quiebra la luz.
Y él, amarrado al viaje de sus propios años,
rompe con un silencio impuesto por la negrura,
hay una senda larga en estos pedazos de mundo,
su imantación nos oprime el pecho
como si algo más grande jalara de nosotros.
¿Qué más le ocurrirá encima del sol?
Abajo las cosas siguen su curso,
las águilas reposan sus alas con humildad,
mientras él se eleva aquí adentro
sin la ley que muestre cuando hay que caer,
todo lo que evapora la humedad de mis ojos.
V
Pero no quiero ir allá, sin trueno ni nevada,
para tomarnos de la mano en plena oscuridad.
¿Sería una venda para todo el cuerpo?
¿Allá descansaría el alma de las momias?
Imagino una pirámide que apunta hacia ningún lugar,
es la dirección de mi sangre despuntando aquí,
donde tampoco crecen árboles de sombra
pero sí pegan las estaciones, la marea
y el ciclo de estos astros de neón
que miran sin piedad la cuenta de lo que espero.
VI
Lo imagino pendiendo de la nave,
un cordón umbilical de madrastra,
la oscuridad acunando su cuerpo,
casi nada entre su propio imán.
Y yo, desde mi piel abierta al cielo,
extiendo mi mano sin brújulas ni mapas,
confío en que la noche una mi piel a la suya,
este hilo rojo y a la vez invisible
por el que corre un final en la canción de mi sangre
y atraviesa astros, polvo, sueños, soledades,
para encontrar su pulso cada vez más lento, menos mío.
X
La nave llega a un planeta inexplorado,
suspiros en su sed de saber qué hay más lejos,
se desnuda sin preocuparse por qué astros lo miran,
reemplaza ese oxígeno engendrado sin raíz
por un traje blanco que impide ver su rostro.
¿Qué más ocurre allá en balde
donde no atardece ni hay verano?
¿Toda el agua viva que lo habita
no levanta su tristeza hecha olas y sal
porque le falta todo el mar para no morir?
¿Le bastaría volver a la playa en una balsa
para que en la arena inunde su deseo?
¿No querrá morir aquí a mi lado,
que nos sepulten juntos tomados de las manos,
encima de la tierra de los padres de sus padres
y del polvo que también ya son los míos?
Mientras sueña, nombra y viaja a las estrellas
elevo una veladora hacia el cielo por él.
XI
Algunos cuentan en un calendario de lunas
y otros acumulan lo que dura la jornada,
dan vueltas hasta caer ebrios en sí mismos,
un soplo a la vela del pastel cada año,
arrancar las hojas para abrir y cerrar los ojos
como se va la infancia en hacer una ronda.
¿Recordará aún las baladas que caían de fondo?
Bajé el volumen para escuchar su voz,
luego la estática de la estación,
dicen que es la música de las estrellas,
los satélites traducen su lenguaje luminoso
pero ahora él se conduce a oscuras sin gravedad,
cada vaso con agua es un bautismo
del cual sale sin nombre, sin lugar de origen.
Abajo, o tal vez arriba, si lo mira de cabeza,
hay una lágrima enorme llamada océano
donde se levantó la vida para arrastrarse en él,
en un pedazo apenas habitado hay un muelle,
camino sobre maderos que crujen como otoño
aunque ya inició el verano en este hemisferio.
¿Él también se acordará de mí?
Del libro Cortejo fúnebre, Oxeda/Conarte, México, 2022.