Conforme las mujeres vamos creciendo nos damos cuenta de muchas cosas que sólo intuimos cuando somos niñas. La desigualdad siempre está presente y a veces es tan mínima que una piensa que exagera, que el uniforme ya genera una diferenciación entre ellos y nosotras. Al inicio no lo vemos, igual nuestra alma se rebela y comenzamos a correr por el patio en el recreo, subimos a bicicletas y trepamos árboles, con falda en la vida escolar, con algo más cómodo cuando una ya está en las calles de la colonia. Sin embargo, conforme van pasando los años de pronto esa falda nos estorba más, nos incomoda sabernos vistas con vellos en las piernas, aunque incluso sean más delgados que el de nuestros compañeros, quienes son los principales burlones de nuestro “defecto”, luego comenzamos a menstruar y añoramos tener una tela más gruesa entre nuestra vulva y el mundo exterior, nos aterra que se perciba el olor a hierro, que la mancha quede más fácilmente en la silla, dejamos de sentarnos en el suelo y los adultos comienzan a decirnos que nuestras actitudes ya no deben ser así porque ahora somos mujeres, no niñas… pero si apenas ayer era yo misma, pensaba.
Luego crecemos y, aunque ahora ya la universidad es mixta, tenemos que romper aquellos techos de cristal que fueron agrietados por nuestras madres. Mi madre, por ejemplo, salió del seno paterno a buscar el conocimiento en contra de todo, saberse joven y vulnerable, en una ciudad desconocida, pero con las ganas de no quedarse plantada siempre en el mismo sitio. Sin embargo, jóvenes y adultas luchamos todos los días contra el acoso callejero y la condescendencia, luchar por intentar dejar de ser bonita para que se nos tome un poquito más en serio en lo profesional, intentar ser más bonita porque si no, sientes que el mundo te deja de ver, nunca estar cómodas con nosotras mismas. Y luego en el camino dejas de verte con las medidas estadarizadas por el hombre, te das cuenta de que menstruar no es vergonzoso y que más de la mitad de la población lo hace, pero que efectivamente no se ha avanzado en el tema porque los medios de producción e investigación estuvo en el campo masculino y era mucho más fácil denigrar, encerrarte en un cuarto por impura, atenderte en la tienda y envolver las toallas femeninas con papel de tortilla, hacerte sentir que estás comprando algo prohibido, algo que no se debe mencionar.
Luego una crece y piensa que todas, todos y todes hemos avanzado al mismo tiempo, como un cardumen que nada a lo largo del océano, pero la verdad es que no es así. Una se rodea de gente similar a nosotras y libremente puede decir “no voy a ir porque estoy con el SPM, estoy sangrando, me tiene cansadísima la menstruación” y una se siente entendida, aceptada, apapachada. Sin embargo, sangrar –siendo algo tan natural– sigue siendo un estigma y esto sólo es un ejemplo de lo mucho que falta por alcanzar una equidad, porque sí, sabemos que somos distintas biológicamente, pero también lo soy de mi mejor amiga, de mi compañera de trabajo, de mi maestra y de mi vecina. Somos distintas, pero no inferiores, es la diferencia.
Este 8 de Marzo ejemplifica muy bien el punto al que quiero llegar, la violencia institucional sigue aprisionándonos en una caja de cristal que contiene y reprime la libertad. La marcha en Zacatecas para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, la lucha y la resistencia, culminó en paz, se respetaron los negocios locales porque sí, estamos enojadas, pero también sabemos que hay que chingarle todos los días para salir adelante, el contingente va contra el patriarcado y el capitalismo, no contra locales. Se rayaron algunas paredes que, para ser sinceros, deberían agradecer porque es la única vez que el gobierno voltea a verlas y algunas ya se están cayendo (véanse las bardas de Santo Domingo, por poner un ejemplo). Mareas de infancias cantaron y caminaron acuerpadas por los cuerpos de mujeres reales, sin estereotipos y con mucho amor, harto aprendizaje. Hubo momentos para pasar lista a víctimas de feminicidio para que no se nos olviden sus nombres ni que falta justicia, rostros de miles de desaparecidas que seguimos buscando y la voz de una marea exigiendo justicia.
No obstante, una vez que comenzaba a bajar la voz colectiva, cuando ya los bloques de resistencia y cuidado se habían dispersado, las policías comenzaron a rociar gas lacrimógeno a quienes todavía estaban en la Plaza de Armas, mujeres con niñas y niños, algunas adolescentes que aprovechaban para tomarse una selfie en su primera marcha, mujeres con discapacidad que descansaban después de los kilómetros recorridos y que esperaban se disipara un poco la gente para poder salir porque, efectivamente, también hicieron un embudo en el centro de la ciudad al querer resguardar “el patrimonio”. ¿Una Catedral resguardada por un helicóptero oficial? No vaya siendo que las terroristas avienten una bomba desde el cielo. ¿Un cuerpo de seguridad integrada por mujeres y hombres que se supone combaten el narcotráfico? Eso ya es una burla cuando estamos en una ciudad que sobresale por el nivel de inseguridad todos los días.
Queda clara la violencia patriarcal porque sí, somos iguales, pero una vez más el uniforme es la base de la diferenciación: a las manifestantes se les desarmó de una lata de pintura mermando sus derechos humanos al basculearlas en el transporte público, las policías tenían macana, cascos y escudo. Las fotoperiodistas tenían un lente, pero también fueron apabulladas y golpeadas, las policías fueron atendidas como heroínas en los hospitales, con el seguro social que les pagamos todas y todos. ¿Y las adolescentes vulneradas, desnudadas, magulladas? ¿También se les dará un trato digno o ya se les está revictimizando por andar en medio, por exigir por una vida sin violencia y sin que sea el mismo estado el que las apabulle? Seguimos siendo ellos y nosotras, pero también seguiremos abrazándonos y tomando las calles mientras esto sea así. ¡Exigimos cuentas claras, investigaciones dignas!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero