Por: Marco Antonio Flores Zavala
Ramón López Velarde ya casi no es inédito. Está reunida la obra literaria y algo más. Están datadas las fechas y formas de sus publicaciones. Se sitúan parte de las sociabilidades en las cuales participó y con las que existieron oposiciones; hay registro de las interacciones literarias contemporáneas y las influencias en su obra y de él con escritores posteriores. Aunque todavía hay advertencias novedosas de lo lopezvelardeano.
En los siguientes párrafos va un panorama breve sobre algunos indicios de lecturas del autor de Zozobra. A él lo situamos como un lector que transcurrió en varios regímenes —políticos, ideológicos y artísticos—. El ejercicio no fue sólo voluntario, sino algunas veces obligatorio y autorizado, principalmente en su etapa juvenil. Si bien paulatinamente fue selectivo en la literatura, en la información fáctica consumió de todo. Van dos referentes.
En enero de 1916, El Nacional Bisemanal publicó “La provincia mental” (Don de febrero…), en el texto Ramón indica su asistencia a lugares de sociabilidad —templo, cantina, juzgado, billar…— siendo el juez de primera instancia. Con ironía y síntesis cita los autores distinguidos de los polos ideológicos pueblerinos. Da cuenta de los soportes de los textos, las formas de lectura y los corrillos donde se intercambiaban las ideas “imperantes o dirigidas” en la localidad. Menciona lo que conoce y tuvo alrededor de sí.
Otra entrada, que da cuenta sobre su condición lectora: El Universal, en enero de 1919, publicó en la página literaria dominical el poema “Ánima adoratriz”. En la misma plana está “La mujer X”, un poema de Enrique Fernández Ledesma, este texto fue integrado al libro Con la sed en los labios, que prologó Ramón. “La mujer X” era título de una obra de teatro y una pintura-cartel de la puesta en escena, la cual pintó Saturnino Herrán (firmó en 1917). Es dable notar: Ramón es un lector poliédrico: conoció-leyó el entorno del poema. No le es ajena la pintura, el artista, la actriz, el escritor amigo y la antología de poemas, tan próximos en varios sentidos a su propia obra.
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Vayamos a la trayectoria: en la “vida secular” de Ramón existieron varios medios de autoridad alfabetizada. En la etapa infantil miró cómo hacer libros del derecho registral, escribir sobre hechos consentidos por personas adultas y mantenerse en la estricta observancia de la ley —de la Constitución a los códigos civiles federal y estatal, sin ignorar la normatividad de los notarios y las reglas de los contratos civiles.
Los años de la preparatoria es tiempo de lecturas obligatorias, como los días escolarizados en Jerez. Se mantiene el tufillo parroquial y el olor de la tina de los periódicos impresos en Aguascalientes. Ese medio de vinculación y dominación simbólica fue un objeto cotidiano para el padre, pues en los periódicos debió leer lo que tocaba a su profesión: la labor notarial y actualización jurídica; agréguese, a esos medios ocurrió para la publicidad de sus empresas.
La amistad con Eduardo J. Correa tiene olor a la tinta de los periódicos intercambiados; el ojeo de libros conversados y la coincidencia en el “catolicismo social” como opción política. Ramón tuvo preferencia con Correa, sobre los amigos preparatorianos de la edad trémula. El Observador fue la opción en la temporada de búsquedas civiles. Aquiles se sobrepuso a Ricardo Wences Olivares. Ramón tuvo en los periódicos las ventanas para captar las representaciones del mundo de entonces.
Si partimos de la columna “Semanales”, publicada en El Observador, notamos que Ramón leyó periódicos provenientes de la Ciudad de México y de otros lares provincianos similares en afanes de tener un lugar en la esfera pública. También miró lo enunciado desde Aguascalientes. Lo que escribe, tras leer, imaginar y redactar, oscila en la prosa poética y los balbuceos de la ironía política que desplegará en La Nación.
La lectura de la prensa no es un hecho marginal, fue una acción cotidiana: leer lo local y lo proveniente de la Ciudad de México. Se detiene inquisitivamente en los reportes del extranjero, lo excepcional en lo que se irá denominando noticias y con deleite ojea las colaboraciones literarias. Es un lector aventajado que acepta y rechaza textos de otros con los que no sólo tiene distancia personal, sino también ideológica. Sus lecturas son en horas de ocio y en la comodidad del aislamiento personal.
Como Aquiles, de 20 años, suscribió las “Semanales” de El Observador. Los textos rondan la prosa poética, crónica y opinión política. Lo construye con lecturas de periódicos foráneos y el acontecer local de Aguascalientes. El periódico era un medio opositor a publicaciones políticas y oficialistas. Además de los periódicos, vale anotar: su corpus se avitualló con las lecturas preparatorianas y lo proporcionado por los amigos de Bohemio.
Durante la estancia potosina situamos dos grupos de lecturas y prácticas: una es la obligatoria escolar y profesional —sobre libros y expedientes—; otra es la voluntaria, la ejercida sobre manuscritos, periódicos y libros —algunos proporcionados por Correa—. En ambos conjuntos, la literatura no fue el conglomerado mayor, aunque en su trayectoria es la más reconocida. Obviamente ambos saberes y prácticas no se yuxtaponen, establecen maridaje, donde lo cotidiano formó y acumuló su haber lingüístico. Los soportes definieron los espacios y modos de lectura; de allí que tenga importancia situar las lecturas marginadas, para suponer que sus palabras provinieron de los medios de autoridad alfabetizada donde transcurrió. La sangre devota tiene parentescos con lo tenido en sus papeles leídos.
Desde el Arroyo del Taray, junio de 2023.