
DAVID CASTAÑEDA ÁLVAREZ
Camino por una ciudad monocromática. Sólo se percibe el tono gris oscuro de las torres y las calzadas. Las torres casi no tienen ventanas y tienen una extraña geometría, como si, quien las construyó, estuviera obsesionado con el número cinco. Las avenidas son igual de extrañas. Se hallan construidas con bloques de granito negro. Bloques de casi un metro de largo por 60 cm de espesor. El cielo es neblina. Y apenas el horizonte se distingue, bordeado de montañas que parecen no tener límites hacia arriba.
En realidad, lo sé desde un principio, estoy en un sueño. Pero ese sueño no me pertenece. El sueño me fue implantado. Conozco a la mente aturdida que lo hizo. Su nombre es Howard Phillips Lovecraft. Menos mal que sólo me extravié en esa ciudad terrible. Menos mal que ningún monstruo vino a mi encuentro.
Despierto y voy a mis libros apilados. Tienen una perturbadora quietud. Como si hablaran desde dentro. Y sus palabras fueran sentimiento dentro de mí. Los que no he leído son praderas amarillas. Los de teoría resguardan círculos y líneas rectas. Los que leí hace mucho tienen un no sé qué de doloroso.
Reviso los libros de literatura mexicana. No hay nada parecido a ese sueño. Al menos en mi pobre biblioteca. Y en los recovecos de mi memoria, tampoco encuentro nada. Muy solemne y muy realista esta literatura. Tal vez la historia de México se parezca más a un libro de Lovecraft. Imagino a los asustadizos misioneros de hace más de 500 años entrando a las calzadas de Tenochtitlan: contemplan las pirámides con todo tipo de demonios y seres de otros mundos.
En la urdimbre de las conexiones mentales, llego al siglo XX. Encuentro una pequeña pista. El cuento “El huésped”, de Amparo Dávila. En esta pieza, más que una ciudad, puedo ver al Monstruo, un ente empedernido de otra dimensión, entrometido en nuestra propia realidad. Encuentro también La compañía, de Verónica Gerber, que es una reescritura de “El huésped”, a la vez que la historia de la aniquilación de un pueblo de Zacatecas.
Me parece que los parajes y seres de Lovecraft, entonces, habitan otra parte que no es la literatura mexicana. Tal vez viven en la música o en la pintura. Tal vez en las personas que sufren insomnio o en las captan las señales del espacio. Tal vez en los que temen las profundidades del mar o perciben el llamado de Cthulhu en medio de sus pesadillas.
Para Lovecraft, hubo vida en la Tierra antes de la vida conocida. Existieron guerras catastróficas inter dimensionales, aquí mismo. El mundo se aniquiló y renació de sus ruinas con ayuda de inteligencias cósmicas. Y cada cierto tiempo, eso volverá a suceder. Según este autor, la civilización que sigue a la humana es una organizada por escarabajos gigantes.
Aun en la vigilia, pareciera que aún estoy en las ruinas de una ciudad monolítica, donde todo se compone de bloques grisáceos y un terror inconmensurable. No sé si sea prudente nutrir esos vacíos con excentricidades de otras galaxias, o del conocimiento del mundo que hemos negado, o sea, de nuestro propio mundo.
Tal vez, como castigo por esta infertilidad de la imaginación, mañana todos nosotros despertemos convertidos en un sucio escarabajo. Nos leemos después.