Por Nazahed Franco Bonifaz
I
Camino a casa, y habiéndose refugiado del sol en el parque de algún lugar a las sombras de un castaño rojo, Pepe y Gerardo vieron pasar a Sofía. Se corría el rumor de que era experta en la mayéutica y que en alguna ocasión había hecho pedazos a algunos gentiles pensadores. Debido a este tipo de anécdotas, Pepe no dudó en llamarla. Le pidió encarecidamente que le hablara sobre lo que podíamos esperar hoy en día, en México, de la filosofía. Ella accedió, pero en un arrebato Gerardo, quien se decía a sí mismo el más elocuente de su pandilla académica, le quitó la palabra y le propuso lo siguiente: debemos rescatar un materialismo histórico y a la vez rechazar la especulación de la razón eterna, o hablando en hegeliano, América [lo empírico] es lo otro de Europa [el concepto], lo absolutamente escindido de Europa, y por medio del materialismo América ha de buscar su propia identidad. A manera de monólogo, continuó así:
Gerardo:
Pártase del hecho constatable y expresado por el profesor Bruno que la concepción hegeliana de América latina consiste tanto en una inclusión como en una exclusión dadas al mismo tiempo; pero precísese que un elemento es de carácter histórico [el incluyente] y otro de carácter filosófico [el excluyente].
Según esto, Hegel excluye al nuevo mundo del movimiento auto progresivo de la razón o del espíritu hacia la libertad. En otras palabras, el americano de su época no es capaz de elevarse a la especulación. Y citó de memoria: “mucho tiempo ha de transcurrir todavía antes de que los europeos enciendan en el alma de los indígenas un sentimiento de propia estimación”. Lo que sucede es que “Los americanos viven como niños, que se limitan a existir lejos de todo lo que signifique pensamientos y fines elevados”. De aquí que el nuevo mundo “había de perecer tan pronto como el espíritu se acercara […] América se ha revelado siempre y sigue revelándose impotente en lo físico como en lo espiritual”. No es raro, puesto que “estos pueblos de débil cultura perecen cuando entran en contacto con pueblos de cultura superior y más intensa”.
Pero también, según Hegel, América no es evidente y únicamente una población indígena. América es dividida fundamentalmente en Norte y Sur: “la América del sur donde dominan los españoles [y portugueses], es católica. La América del norte, aunque llena de sectas, es en conjunto protestante. Otra diferencia es que la América del sur fue conquistada, mientras que la del norte ha sido colonizada”. En Norteamérica se observa una prosperidad industrial y poblacional, el orden civil y la libertad, mientras que las repúblicas sudamericanas son meramente militares.
Parece haber una contraposición irreconciliable entre la división de la realización del concepto puro [la filosofía] y la historia [lo empírico], y en este sentido América, incapaz del concepto, aparecería como lo otro de Europa, incomunicables e incomprensibles recíprocamente. No queda más remedio que rechazar la razón eterna para evitar el conflicto de américa como lo totalmente otro.
Aceptando esta hipótesis —continuó Gerardo para finalizar y dar peso a su argumento—, la lectura hegeliana que quiera rescatar un materialismo histórico con el fin de rechazar la especulación de la razón eterna adquiere todo el sentido y validez. O sea, la contraposición entre el concepto [la filosofía] y la historia [comunicación y comprensión de la libertad conceptualmente recíprocas] sería la división absoluta e irreconciliablemente escindida entre América y Europa. Hegel excluye la realización del concepto en la América de su tiempo, “en los animales mismos se advierte igual inferioridad que en los hombres”; por lo que anulada la razón eterna no nos enfrentaríamos a semejante oposición. Nos queda una suerte de materialismo histórico.
Sofía:
Pero lo que dices sólo es una media verdad, olvidas que Hegel afirma o incluye su importancia histórica en el porvenir de una manera no sólo deficiente. Con académicos sólo es lícito hablar de manera académica —y citó también de memoria—: “América es el país del porvenir, en tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte y América del Sur”. La contradicción entre el viejo y el nuevo mundo radica, aparentemente, en el ejercicio mismo del concepto por el que Hegel contrapone la incapacidad de los americanos para la realización del espíritu, aludiendo al mismo tiempo y únicamente a su importancia histórica.
He aquí entonces lo siguiente: Hegel contrapone filosofía [Razón] e historia [importancia de la América en el porvenir] mediante la filosofía o la Razón misma. Luego, la importancia para la América del porvenir, es decir, de nuestro presente, debe ser no sólo histórico-materialista sino también posiblemente filosófico, o sea, especulativo; puesto que lo que se dice sobre su importancia histórica es dicho desde el concepto, tal historia deberá expresarse, en su tiempo y a su tiempo igualmente mediante el puro concepto o la filosofía.
Según Hegel, “la necesidad de la filosofía puede ser expresada como su presupuesto”: un presupuesto es lo absoluto, “es el objetivo que se busca, el cual ya está presente […] la razón lo produce en cuanto que libera a la conciencia de las limitaciones”, el superar la limitación se presupone por la ilimitación. “Perdido en las partes, lo absoluto impulsa al entendimiento a su desarrollo infinito de la diversidad y, mientras se esfuerza por extenderse hasta lo absoluto, pero sin conseguir más que reproducirse sin fin, se burla de sí mismo. La razón sólo alcanza lo absoluto en tanto que abandona esta esencia parcial y diversa”. Superar los opuestos es el único interés de la razón. Pero no se trata de una identidad absoluta como el yo=yo de Fichte: “en la actividad infinita del devenir y del producir la razón ha unificado lo que estaba dividido y ha rebajado la escisión absoluta a una escisión relativa, que está condicionada por la identidad originaria”. El segundo presupuesto es “la salida de la conciencia fuera de la totalidad, la escisión ser y no-ser […] finitud e infinitud”. Para la escisión, la síntesis absoluta es el más allá de la oposición, lo indeterminado “opuesto a las determinidades de la escisión”: “la nada es lo primero de donde ha provenido todo ser, toda la diversidad de lo finito […] la tarea de la filosofía consiste en unificar ambos presupuestos”, “poner el ser en el no-ser -como devenir-, la escisión en lo absoluto -con su manifestación-, lo finito en lo infinito —como vida—”. Hasta aquí Hegel. Es hora de saber lo se que quiere decir con todo esto.
II
Luego de una pausa de diez segundos y una gran bocanada de aire como del que fuma hierba, así continuó Sofía: Si bien Hegel no hace profecías respecto de la importancia filosófica de América en un futuro, al menos afirma dos cosas de América del norte y del sur: 1) que “habiendo desaparecido —o casi— los pueblos primitivos, resulta que la población eficaz procede, en su mayor parte, de Europa. Todo cuanto en América sucede tiene su origen en Europa”. En este sentido se siguen estas dos consecuencias: i) en el sur: “todos esos Estados indígenas están ahora haciendo su cultura y no están aún a la altura de los europeos. En la América española y portuguesa, necesitan los indígenas librarse de la esclavitud”. Para ello, “cuando los jesuitas y los sacerdotes católicos quisieron habituar a los indígenas a la cultura y moralidad europea […] les impusieron, como a menores de edad, las ocupaciones diarias […] esta manera de tratarlos, es indudablemente, la más hábil y propia para elevarlos; consiste en tomarlos como a niños”. ii) Mientras que el norte, al no ser conquistado sino sólo civilizado, y al tener la procedencia de su acontecer cultural en la influencia europea, sería natural que sus habitantes fuesen considerados más receptivos a la cultura del viejo mundo: “en los Estados libres de Norteamérica, todos los ciudadanos son emigrantes europeos, con quienes los antiguos habitantes del país no pueden mezclarse”. 2) Por otra parte, y no menos importante ni en conflicto con lo anterior, Hegel considera que “en América del sur y en México, los habitantes que tienen el sentimiento de la independencia, los criollos, han nacido de la mezcla con los españoles y con los portugueses. Sólo estos han podido encumbrarse al alto sentimiento y deseo de la independencia. Son los que dan el tono. Al parecer hay pocas tribus que sientan igual. Sin duda hay noticias de algunas poblaciones del interior que se han adherido a los esfuerzos recientes para formar Estados independientes; pero es probable que entre esas poblaciones no haya muchos indígenas puros. Los ingleses siguen por eso en la India la política que consiste en impedir que se produzca una raza criolla, un pueblo con sangre indígena y sangre europea, que sentiría el amor del país propio”.
Esto último es lo que me interesa —dijo Sofía—: si bien el filósofo [Hegel] no se encarga de profecías acerca del futuro histórico-filosófico de América, no significa por ello que no dé señales —cual moderna y extraña pitonisa provenida de un siglo muy ajeno al nuestro— que ni afirmen ni nieguen propiamente algo; o mejor dicho, es innegable que esas señales constituyen y pueden dar lugar a un movimiento que Hegel ha dejado de herencia a los hijos americanos del porvenir —y si asumimos esta responsabilidad y compromiso, a nosotros mismos—: la creación de un sistema filosófico en la América del mañana, y quien sabe, en la América de hoy. De modo que no se sostendría aquella afirmación crítica material-histórica a cambio de la negación especulativa de lo eterno [Bruno], sino que se trataría de la asimilación de la actividad especulativa en la afirmación histórica de nuestro presente, en tierra latinoamericana [mexicana], tal como exigiría el movimiento del espíritu, si acaso sentimos su soplo, si acaso nos percatáramos de esta libertad omnímoda.
No hay que temer hoy en día la reunificación de la historia con lo eterno. Creo que la tarea de la filosofía que plantea Hegel de manera implícita es la búsqueda de la realización del espíritu absoluto, su despliegue que permita el nuevo paradigma de que lo eterno ni lo empírico se encuentran escindidos y no habría razón por la cual se preferiría uno más bien que al otro en ningún ámbito de cualesquiera saber científico ni en geografía alguna del planeta. Pues a Hegel, históricamente, hay que comprenderlo y limitarlo como un hijo de su tiempo. Este nuevo concebir complejo del saber de lo racional conllevaría a una nueva concepción del espíritu absoluto, un nuevo concepto y proceder y, por tanto, un trayecto inédito de su movimiento autorrealizador expresado y debidamente ejecutado, a su vez, por la pura especulación rigurosamente filosófica en la forma de una nueva idea de sistema. Cuanto mayor avance es el desarrollo de la vida natural en donde es puesta la escisión por parte del entendimiento [s. XXI] mayor debe ser el intento por reintegrar en una unidad la multiplicidad de saberes teoréticos y eventos prácticos bajo una universalidad. Debemos aguzar el oído en comunidad, afinar la mirada en lo particular y ser sensibles al soplo universal del espíritu, que ha permanecido dormido ya por siglos: “estos pueblos necesitan ahora olvidar el espíritu de los intereses hueros y orientarse en el espíritu de la razón y la libertad”. De la originalidad de nuestra época ha de brotar la vivacidad del espíritu, del espíritu ha de brotar la originalidad de nuestra época. A una nueva época corresponde una nueva radical vivacidad en la expresión de un espíritu omnímodo y sempiterno, ¿es América Latina lo suficientemente madura y enérgica para una titánica construcción, somos los hombres en los que ha de recaer el compromiso de algún inédito sistema de y para nuestra propia [irr]racionalidad?
Si lo que afirma Hegel es la contraposición [filosófica] entre Europa y América, y la importancia [histórica] de América para el porvenir, tal afirmación ha de pretenderse necesariamente ella misma filosófica, dada desde el concepto. Si desde el concepto se sentencia la historia universal a la que se atribuye el sentimiento de libertad para los criollos de América Latina, entonces se deja como viable o posible la tarea para un tratamiento en el porvenir acerca del concepto puro. América Latina puede, y entonces debe asumir la tarea del sistema a partir de un nuevo concepto de espíritu realizable en una racionalidad compleja muy distinta a la del siglo XIX y, por tanto, igualmente escalar hacia una nueva altura de sistema, pues sistema y espíritu no deben ser sino sólo uno y el mismo en tanto y por cuanto el sistema es la geografía y el espacio presente temporal en el que tiene lugar la realización de lo absoluto.