¿Cuál es el sino familiar, sino el lodo, los gorriones y la soledad que no mengua cuando la noche oculta el canto de los gallos? Ante nosotros tenemos la historia de una estirpe, la universal: la del abandono y el rencor, la del perdón y el peso de la mano paterna cayendo fuerte sobre la mejilla, el odio azotando el cuerpo de un niño, duele más la humillación de que ésa sea la única caricia que conoce la piel.
Un solar es la noche, obra de Ibán de León, nos transporta a un mundo de decadencia y sufrimiento, donde las sombras son las únicas acompañantes de una familia marcada por el abandono y el rencor. La historia de los 12 hermanos sin nombre es la historia de todos aquellos que han sido olvidados, de aquellos cuyas vidas han sido marcadas por el paso del tiempo que no perdona, por los vicios que corrompen y que huyen. El peso de la mano paterna cae como un látigo sobre cada uno de los hijos, el odio y la humillación se convierten en el pan de cada día, en el único que hay a veces arriba de la mesa.
Ésta es también la historia de un padre cruel y despiadado, que vende a uno de sus hijos como si se tratara de una mercancía. Es la historia de una traición, el abandono es el pilar sobre los que se sustenta la vida de esta familia destrozada. La boca paterna sólo es capaz de besar a una botella de alcohol, sólo intuye el amor por una mujer, cuyo amante asesina al saberse no amado, pero al final ese cuerpo inquebrantable finalmente también decae frente a los colmillos de una serpiente, ¿acaso hay aquí un castigo divino o sólo es la tragedia sobre la tragedia misma? Sin guion, sin expiación, sólo el abismo frente a nuestra culpa.
A lo largo de los versos, el frío y la soledad se convierten en los protagonistas de la historia a tal grado que también una quiere abrazar a ese niño que quiere abrazar a su madre, que quiere –a su vez− abrazar a su otro hijo, castigado en un platanar, ondulante porque no fue capaz de vender aquel fruto, el único objeto brillante tal vez en estos versos. La madre está impávida a lo largo de estas líneas, incluso está impávida cuando su cuerpo comienza a secarse, a hacerse pequeño. El yo poético observa impotente cómo su madre y su hermana se marchitan lentamente. La muerte y la enfermedad acechan a cada uno de los miembros de esta familia herida.
En la mirada de un niño que va creciendo existe el precoz conocimiento de que alrededor sólo hay odio y soledad. La crueldad se cierne alrededor. La consciencia sobre la propia existencia se convierte en un peso insoportable, en una carga que se arrastra como una losa sobre los hombros. Al final, la consciencia de la propia decadencia y la certeza de que es inevitable andar afuera del lodo, no mancharse con la suciedad y el polvo.
En Un solar es la noche acecha sobre nosotros el peso de nuestra propia historia familiar, que nos condena a repetir los errores del pasado. Ibán de León nos sumerge en un mundo oscuro y desolado, donde el perdón y el amor son sólo un espejismo, una ilusión que se desvanece con el viento de la noche. Nos evoca nuestra propia infancia marcada por el abandono, nos evoca siendo niños, con nuestros miedos a cuestas cuando cae la noche y los temores vestidos cuando sale el sol por la mañana. Nos queda ver a nuestra madre incompleta, a nuestro padre ausente, los vicios familiares que convierte a los protectores en verdugos. En la rendija están las semillas que no crecieron y sólo queda la soledad propia, la soledad eterna que nos envuelve como un manto oscuro, como una sombra que nunca desaparece porque ni siquiera hay un dejo de esperanza en el amanecer, no lo hay porque cada día empieza con el cansancio que ladra por la ventana.
No lo olviden, queridas lectoras y estimados lectores, juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero