VERÓNICA G. ARREDONDO
La ira de mi padre es una mano abierta.
Ibán de León
Negar o aceptar la figura del padre como designio en esta vida. Más allá de si bondadoso o tirano, es preciso centrar la mirada en cómo se nombra la herida y no desde dónde, un rostro específico sino desde la autoficción, es decir la verdad del autor, la estética. Reconociendo una simbiosis entre ética y estética, la referencia es de Wittgenstein como propuesta de lectura, en la que conlleva una a la otra, indisolubles. Desde la propia visión el lector optará consciente o inconscientemente por alguna de éstas como salvaguarda, botón de pánico o auxilio, cuerda tendida al pozo al situarse en el lugar de quién atestigua: mirada cómplice de injuria, crueldad, sadismo y violencia desde la postura del autoritarismo ejercida. Dominio e imposición de fuerza, por momentos, magnificada, es decir sobrehumana, mas no en el sentido de lo extraordinario sino inhumana.
En culturas antiguas el Sol representa el arquetipo del padre, la creación, el día, energía masculina activa, fuego; danzas solares mexicas o de la tradición de los indios norteamericanos —es la misma danza, dice un abuelo lakota—, la intención o la potencia de ésta se dirige hacia la vida, el acto de creación. Todo lo vivo, los reinos en conjunto: animal, vegetal, fungi, protozoarios y bacterias. En contraparte lo nocturno remite a lo femenino, lo calmo y frío, al Mictlán o la Muerte, a las manifestaciones del agua; la madre, la caricia, el abrigo, el pan o lo dulce de la vida, es decir lo receptivo a la fuerza que azoga y oprime a la emoción.
La relación establecida por los arcanos mayores del Tarot, El Mago y La Sacerdotisa, es la conjunción de ambas energías, masculina y femenina, luz y oscuridad en sus matices, posibilitan la creación, materia en la Tierra. Solar es otra manera de nombrar al linaje o descendencia. Porción de tierra, la “constante solar” equivale a 1361 W/m² (vatios por metro cuadrado), distancia de unidad astronómica del Sol a la Tierra o del padre a los hijos. Abrazar o nombrar lo bello, eso que es tan terrible. Yugo, pérdida de la madre y la hermana, enfermedad que se replica al evocarse, epílogo del cuerpo que también es casa.
Abrazar es nombrar. La cualidad consiste en observar a través del caleidoscopio, por ejemplo, ese artefacto donde es posible fragmentar un objeto en sus múltiples facetas, tonalidades, destellos luminosos o fulgor de sombra; hacer zoom in, zoom out para abrir con el pulgar y el índice la comisura de la herida. Extender la piel para lograr la inmersión en la casa, memoria del río donde aparecen figuras familiares (padre, hijo, hermano, madre y hermana), relación de voces, miradas y recuerdos se entraman en aquello a lo que, a veces, es preferible virar la cabeza, decidir el olvido o el silencio que se materializa, en la mayoría de los casos, en una protuberancia o tumor, bola de nieve. O bien, se dice con todas sus palabras, nombra y abraza desencanto y belleza, desde lo que rompe la boca para que surja y alivie el brote: la escritura. El tono violáceo de la piel me hizo pensar en un cadáver/ que ha permanecido mucho tiempo bajo el sol, Ibán de León.