Un coyote del desierto se detiene entre unos cactus y vuelve la mirada al espectador. Volátil y movediza, la puerta a otra dimensión se presenta frente a nosotros, mientras dos amantes se besan y cambian sus colores en el día o la noche. Tres gatitos de la suerte orientales mueven sus patitas celebrando los pixeles que brotan de los ojos de los amantes. También hay un camino de asfalto, cuyo a los lados sobresalen los pedazos de tierra amarilla, hay un árbol que recuerda la piedra del descanso, el hito de las señales de buen sendero y el sol nos dice con sólo mirarlo que es una mañana de mucho calor, el reflejo en el asfalto lo confirma.
A un lado, una muñeca gigante con trenzas cohabita con un bang, bang, bang y el corazón sobresaltado en el pecho y los ojos de un joven nos narran la historia que vimos tantas veces siendo niños: se te va a salir el corazón cuando veas a la persona amada. Mas arriba de la cabeza del joven bocas dentadas en escala de grises están conjuntas con más monstruos, villanos marítimos, esténciles de figuras humanas y hasta la espalda de un Pikachu, los ojos muy abiertos de otras figuras que no he alcanzado a develar todavía.
Edgar Ibarra Luna nos regresa los ojos infantiles y de nuestro crecimiento, los colores estridentes nos sientan frente a la televisor un sábado matutino o un día entre semana al salir de clase. El amarillo, el rojo y el azul resaltan en los cuadros que parecieran que han recobrado un movimiento nostálgico, que se llena de brillo a fuerza de recordarnos infantes, con las pupilas dilatadas y tal vez un tazón de cereal ya blanduzco tras permanecer un muy buen rato olvidado frente a nosotros.
Sin embargo, Edgar, El Conejo para algunos compas, también nos regala el disfrute de los trazos sencillos del aprendizaje, el cuervo “Rey Chanate” que tantas veces abrió sus alas para guarecernos una noche de turbulencias, ahora posado con su corona intacta. La tinta del grabado consolida también las visiones de este artista que tiene mucho que decir, pero pareciera que no dice: en su obra hay crítica social, amor por su entorno, ganas de comerse al mundo y hasta conocer otros dos o tres. La cultura pop, el esténcil, la pintura, el grabado y todo lo demás es el pretexto para el cotorreo con los compas, pero también es el pretexto para no cerrar la boca y enseñar los dientes cuando algo no va con nosotros. El arte como un juego para disfrutarse, el pretexto y la reunión que ha sido para muchos, el punto de encuentro.
En esta primera exposición individual, “A dos kilómetros de la granja”, Edgar nos muestra como en los pasillos de un museo personal, el recuento de su proceso, nos abre la lupa a su visión del mundo y nos enseña que a veces sin tomarse las cosas tan en serio, casi como jugando, salen cosas importantes. Edgar nos enseña que poco a poco se llena una galería o una habitación con recuerdos y denuncias, con la sonrisa de quien no tiene miedo de regresar a comerse un plato de cereal un sábado por la mañana. Podremos crecer, movernos y hasta dudar, pero Edgar nos recuerda que, sin embargo, el mundo es un juego y seguiremos jugando.
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero