
SAMUEL R. ESCOBAR
La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre la luciérnaga y el rayo. Si la frase es de Mark Twain, que se le otorgue el merecido crédito, si no, sólo diremos que por ahí se ha escuchado y que nos viene bien como obertura para este pequeño oratorio. Y diremos también que si la diferencia entre palabras, lejos de ser mera Suavidad inestable, es toda Tempestad y oráculo, tal como el de Delfos, de esos que vaticinan parricidios e incestos ineludibles, imaginemos ahora la asíntota que media entre el significante y la imagen; lo gélido del negro y lo cálido del amarillo que exhalan de las manos de Guillermo Méndez: rayos que son larvas centellantes; abejas y luciérnagas que cavan tumbas en las que esconden su Ataúd de sonrisas. Y si el arrebato expiatorio del de los pies hinchados os contagiara y dejaras en Ruinas tus ojos castaños, que no te invada el Silencio enclaustrado, has de saber que la obra de Guillermo es táctil como el Áspero aliento y sensible al olfato como el Lento olor a pétalos.
Y a pesar de las punzantes dicotomías que atisban por el cerrojo de las palabras congregadas en los Jardines y cartas petrificadas, bajo una Amarga bóveda celeste, la imagen diluye los pares opuestos: no hay blanco y negro por más que el oxímoron se aferre; no existe mojonera que valga y defina lateralidades. El blanco está velado; sigiloso disimula tras bambalinas teñidas de Oriente, ahí donde comienza el Sol su carrera, esa que, como acto de prestidigitación, nos cuenta sus Relatos enfiestados de fantasía y nos traiciona con crepúsculos de ida y vuelta. Hagamos eco del eco de todos los lugares comunes, emulando la ubicuidad del negro, porque común es esta tierra que nos escupe y nos devora, y digamos que no, que eso que ha trazado Méndez no es un ave esquelética, que no es la osamenta del pez; que no es un oso que a su vez no es un oso y que aquí nos hemos ya alejado en cuatro grados de la realidad. Y que sufran Sócrates y su titiritero, que hagan muinas y rabietas. Sácalo de tu República, viejo partero, no lo dejes verter su Voluntad en el falso otoño…
Negro y amarillo y el fémur roto, quién ayudará a sanarlo como gesto primigenio de civilización; amarillo y negro y la osamenta, La médula, el pez y lo que eres, andan en pos de revestir sus huesos; negro y amarillo y Teddy Bear cubre sus ojitos para no tragarse la desolación del mundo y sus criaturitas; amarillo y negro escindidos en el círculo sin flancos, sin aristas, sin piedad. Negro y amarillo que abrazan al ave diminuta y portadora de almas, de esas almas de las hijas ausentes, de las que se van dejando la estela cósmica, perenne, tan honda como indeleble. Amarillo y negro y El violín sobre tus huesos jadea Sinfonías moribundas y prorrumpe una Danza macabra. Negro y amarillo como arca de la alianza que ruega y ruega por nosotros los pecadores.
Expúlsanos entonces de tu República ideal, sin miramientos, sin falsas Sonrisas enmohecidas, al fin que el éxodo corre en las venas de nuestra estirpe, olvidaste ya que fuimos expulsados del Brutal Edén, o soy yo quien olvida que tú nunca lo supiste. Niéganos la entrada que jamás solicitaremos, construye una sociedad perfectamente diseñada en la que no haya cabida para pintores ni poetas. Y déjanos en la Inmundicia de invierno, acariciando las últimas Briznas borrosas, aguardando La primavera y los granos de sal; que corramos al laberinto sin Ariadna, sin hilo, sin espada y que bajo El amargo miedo no quede más que un recurso: un grito estridente que rompa el mundo, que vuele hacia Dios y destruya el cielo y esparciendo por el universo las virutas de Un nido miserable que otrora fuese morada, mezclemos el amarillo con el negro que Méndez ha creado y saquemos a escena la Dulzura vacilante del verde que se oculta en los camerinos, diluyamos la diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta tras estas Leves reflexiones derruidas, volvamos a retozar en los bucólicos jardines… Los Jardines de la náusea.
Primavera del 2025