
De la piel espinosa del nopal brota un carmín antiguo, sangre del color de los atardeceres encendidos. La grana cochinilla, diminuta y viva, se transforma en pigmento, en eco de la historia, en aliento sobre el lienzo.
Eduardo Santana dialoga con el pasado y lo convierte en presente. Su pincel acaricia el tiempo, traduce la tierra en tonos vibrantes, en matices de pasión y memoria. En sus trazos late el pulso de las culturas prehispánicas, la herencia de los códices, la resistencia del arte que nunca se extingue.
En el encierro de la pandemia, cuando el mundo se redujo a las paredes de una habitación, la pintura se convirtió en el umbral de otros mundos. Sin trenes, sin aviones, sin calles abiertas, Eduardo Santana viajó con la única brújula del color. Sus cuadros fueron ventanas al infinito, mapas trazados con pigmentos y sueños.
Viajes Extraordinarios nació de esa travesía inmóvil. La música fue su barca, un hilo de sonido que lo llevaba más allá de los muros. Cada pincelada fue un remo, cada nota una corriente que lo impulsaba mar adentro, hacia paisajes invisibles donde el rojo de la grana cochinilla latía con la intensidad de un destino recién descubierto. Las voces de Gustavo Cerati, Natalia Lafourcade, Aterciopelados, Enrique Bunbury y Caifanes fueron el eco de ese viaje, la melodía que envolvía los trazos, el pulso de cada obra.
Cada cuadro lleva impresa la cadencia de una canción, el vaivén de una guitarra eléctrica, la poesía de una letra que se entrelaza con el pigmento. Hay obras que vibran con la fuerza de un acorde, con rojos ardientes y trazos enérgicos que evocan el grito de una canción de rock en su punto más alto. Otras respiran con la suavidad de una balada, donde la grana cochinilla se diluye en susurros rosados, en pausas que flotan en la inmensidad del lienzo. En cada uno de ellos, la música y el color son un solo lenguaje, un mismo viaje en diferentes dimensiones.
De esas treinta obras, diez han anclado en la Editorial-Galería Rey Chanate, donde los colores y los sonidos siguen flotando en el aire. Allí, la travesía continúa: el espectador se convierte en viajero, la pintura en horizonte, la música en viento que impulsa la mirada. No es una simple exposición, es un puerto de partida, un umbral hacia paisajes aún por descubrir.
Rojo que susurra historias. Rojo que atraviesa los siglos. En cada pincelada, la grana cochinilla renace, como un latido inmortal sobre el lienzo. Les invitamos, queridas lectoras y estimados lectores, a tomar un boleto para estos Viajes Extraordinarios y a no olvidar que juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero