ENRIQUE GARRIDO
Suenan las campanas, es momento de levantarse, no en armas, sino del asiento. Bajo la alarma del Pomodoro, dejo este escritorio rodeado de libros, ojos de autores y autoras quienes admiro guían mis dedos sobre el teclado, figuritas de luchadores con rebaba me acompañan en las madrugadas. Voy por café, es de noche y mientras sirvo la tercera taza, le imploro a un Maneki-neko averiado seguir con la suerte de hacer lo que me desgasta y encanta.
Hace dos años empecé con esta columna. Su nombre lo tomé de una crónica del colombiano Alberto Salcedo Ramos publicada en 2006 en la revista Soho y que contaba la historia de Chivolito, cuyo nombre real es Salomón Noriega Cuesta, un humorista que durante cincuenta años ha contado chistes en los velorios de Soledad, un pueblo en la costa Caribe de Colombia. No se alegra por la muerte de sus paisanos, pese al evidente beneficio, ya que considera que la gente fallece por propio destino. Contratan sus servicios los deudos para animar el ambiente, pues su presencia asegura compañía para el difunto. Así, Chivolito llega a los velorios por la noche, ofrece sus condolencias y luego se retira al exterior, donde inicia su espectáculo que puede extenderse hasta el amanecer.
Lo que me atrapó del personaje es su función social: mantener el humor frente a la adversidad. En el contexto de la tragedia constante, del dolor persistente, de la herida abierta; del genocidio en Gaza, de guerras, revueltas, explosiones, trenes, muerte, madres buscadoras; del chayotismo, propaganda, fake news, y un eterno etcétera, reírse parece algo superfluo, pero implica resistencia. Es lo que he buscado un poco, alejarme del vendaval de noticias que nos recuerdan lo mal que seguimos y dar cuenta del otro lado de la realidad. No negacionismo, sino expansión; ampliar, no reducir. Como diría la abuelita de Jorge Ibargüengoitia, un referente del humor de alta calidad y literario: “la vida se empeñó que fuera infeliz, pero no me dio la gana”.
Justo fue el gran Ibargüengoitia uno de los autores que revistió de humanidad a la historia al desacralizarla. Con obras como El atentado o Los pasos de López, propuso otra lectura a la Independencia y Revolución, periodos vistos bajo el lente del humor, criticando la cultura de bronce y la estatuaria, y desmitificando a personajes como el cura Hidalgo.
Allí radica mucho del potencial de la escritura creativa, alejada del oficialismo y de los temas de moda, en dar otra perspectiva a nuestro contexto. Ésta no da beca, no paga, pero da sentido. Gracias al espacio que semana a semana me da puntos suspensivos, a mi editora Karen y todo el equipo que compone este medio que se mantiene firme frente a los obstáculos que implica mantener un espacio independiente. En este tiempo de escritura, diferente al del reloj, pues es lento al inicio, corto en la noche, como el maniático que soy, grito con todo orgullo: ¡Vivan los héroes que nos dieron liberad!, aquella de escribir sobre nuestras inquietudes, obsesiones. Que en este velorio aún quedará un bufón que busque compartirte un poco de sí. Muchas gracias por estos dos años de lectura, a todas y todos quienes compartimos la patria de las letras, esa que nos costó conquistar, esa que no nos han podido quitar del todo.